La
soledad es capaz de matar. El hambre no mata, solamente fragiliza, y para
saciar el hambre hay que luchar contra las olas, el desamor, la injusticia y arriesgar perder
toda la sangre para alimentar el sueño de otros. La nostalgia oprime el pecho y
brota como la melancolía envuelta en un velo de ilusiones, que una mano hala
hacia el fondo de pensamientos y tristezas. Fue lo que pensé observando a la
mujer del pescador, mirar el horizonte en busca de un atisbo que le asegurara
que él volvería. Que él volvería para amarla, para saciar sus hambres y
compartir juntos las penas florecidas en la pobreza. No era un barranco de
nostalgias, era un abismo de inquietudes. La
espera pintada por Léon Spilliaert me detuvo más de lo habitual a la espera
de una señal que me impulsara a moldear la hondonada donde cupieran una carreta
llena de flores, los ensueños de Rita, el delirio decadente de farsantes ideologías
y la mala fe, vieja como el mundo.
Los
invito a leer Barranco de nostalgias, ¿cuentos que son novelas o novelas que
son cuentos? tal como se pregunta y vaticina José Hugo Fernández en su reseña
para Puente a la Vista:
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