Lorenzo Alcalde decidió enfriar sus pensamientos sentado
en un banco invernalmente helado. Apretó la bufanda gris alrededor de su cuello
y esperó pacientemente a que abriera el portón azul cielo que fuera la puerta
cochera de un viejo hotel particular convertido en museo. Cuando pasado el
mediodía se despidió de Diane, Blonde y Pompée, salió en busca de otro banco
desde el que pudiera contemplar la densidad del tiempo. Tiempo a secas, sin
prisa, impenetrable, como el bloque de cielo suspendido sobre la ciudad. Lo
encontró, y encontró el verde desparramado alrededor de San Eustaquio, pichones
hambrientos esperando ilusas migajas de pan, y encontró la paz. La paz herida
por el gorjeo de los cuervos revolcándose en el agua estancada de una pasada
lluvia caída sin miseria. Lorenzo Alcalde, sentado en el menos frío de los
bancos de aquel parque desierto, volvió a ajustar su bufanda gris, se quitó los
guantes y sacó de un bolsillo de su abrigo una hoja de papel doblada en cuatro.
Desdobló la hoja y leyó, leyó cadenciosamente un poema que no fue escogido al
azar. Siempre hay cuervos a la vista. Y al terminar la lectura le gritó a los
cuervos ¡Qué alivio!, como termina el
poema de Abel Germán, el de la página 56. Dobló en cuatro la hoja, la guardó, y
pudo contemplar sin prisa los tres cuervos, tres, eso quería, que se bañaban en
la lluvia convertida en charco, a un lado de San Eustaquio. ©cAc-2022
https://www.amazon.com/Si-acaso-3-cuervos-Spanish/dp/B09GZGXPMJ
Gracias, amigo, por este bello poema. Porque de eso se trata: de un bello poema.
RépondreSupprimer…y al trío de cuervos que al fin apareció!
RépondreSupprimerPues sí. Muy a propósito. Se ve que querían ayudar. Abrazos.
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