Veintinueve.
Banal cifra que evoca término, por aquello del nueve sin el dos, un número que
corre de prisa, lo mismo solo que acompañado, siempre buscando el cero del más
allá. ¿Por qué correr detrás del cero siendo altivo, amoroso como una pestaña
en ojo cerrado? No tan insignificante cuando invoca presencia y vida, como un
continente a la deriva en el planeta extraño de los números. Que ocupe lugar en
todas las decenas y centenas, es su capricho de número vital. Noventa y nueve
coma noventinueve, el precio de la
libertad antes de convertirse en cien. Su alianza con el seis es casi onírica.
El nueve es seis y el seis es nueve en una pieza donde dos almas se entrelazan.
Número glotón. Abarcador. Número de suerte. El nueve en una calle, en una
avenida, en la vida de otros, en la vida. En mi vida el veintinueve, no es ni
fútil ni insignificante. Es vital. Un veintinueve porque el 28 había caído
domingo en el almanaque, me vestí de Martí para desgranar las palabras del
Maestro en el homenaje neoyorkino a su amigo Fermín Valdés Dominguez. “Pero el amor entrañable que le tengo, porque
desde la niñez amamos juntos la verdad y el dolor, porque aborrecemos con el
mismo fuego la arrogancia y la codicia que dividen a los hombres, porque
derramamos con la misma pasión la amistad que los calma y congrega, porque en
la vida nublada perseguimos la misma estrella doliente y adorable, impone a mis
labios el silencio en el instante en que desbordarían de ellos el entusiasmo y
la ternura”. Febrero es frío y corto, y solo se regala un día veintinueve,
cuando la tierra da otra vuelta para equilibrar su año alrededor del sol. Marzo
veintinueve de sospecha. Mi yo sospechoso. Mi yo en la mira de un tormento, de
una tormenta personal que mi yo sospechaba. Un veintinueve de marzo a las diez
y veintinueve de la mañana defendí mi grado de doctor en la parisina Sorbonne.
Veintinueve minutos para hacer comprender un derecho golpeado por la avaricia
de un régimen. Otro régimen, el matrimonial, me atrapó otro día veintinueve.
Abril de llovizna primaveral, sábado veintinueve con arroces y confetis
tirados. Otro abril, también veintinueve, ligado al viento de marzo
veintinueve, la tormenta se convirtió en ciclón, golpe sin puño cerrado, golpe
gutural. La enfermedad tocaba a mi carne, me salpicaba de incertidumbre. Un
mayo veintinueve fotografié a mi madre, con un vestido de flores, sentada en un
sillón de la sala, sin saber que sería el último día veintinueve que nos
veríamos. Y sin embargo, fue un veintinueve de dicha y alegría, verla, tocarla,
escucharla, sentir su mano fina sobre mi mano. Sus dedos sedosos sobre mi tapiz
de venas aflorando sobre mis manos. Tenía entonces veintinueve años cuando
atravesé a ciegas el Atlántico, mi último junio veintiañero. Dos nueves en una cifra de cuatro números. Mil
novecientos ochenta y nueve. Veintinueve de julio y la voz de mi madre, segura,
que me decía, reflexiona, no dejes correr el tiempo hilvanando mentiras. Justo
tres días después de aquel sabatino veintiséis de traje blanco y con bigote. El
mismo año de la caída del Muro. Un Muro de Lamentaciones como casi todos los
muros. El nuestro, de agua y sal.
Cualquier nueve de cualquier mes de cualquier año. Agosto veintinueve
con menos dolores y un anuncio alentador. Vas mejorando, resiste tu cuerpo a
esos treinta y tres latigazos, que no fueron veintinueve. Y salí caminando
sobre una nube de esperanzas. Callados pasaron septiembre y octubre. ¿Insípidos
esos dos veintinueve? No ciertamente. El septembrino, perdido en un sendero de
castaños, atravesando cañadas y bordeando quebradas escondidas por otoñales
hojas. El de octubre, llevando crisantemos al cementerio, crisantemos blancos,
lejos del cementerio donde reposan abuelos, madre, padre y tías. Todos fieles
como difuntos. Alumbrando el camino de un camino por anunciar, el de la vida,
el de nacer nuevamente un veintinueve, noviembre dando vida a un cincuenta y
nueve una tarde de lunes, el sol esperando la nueva buena para esconderse y
gritar como grita un recién nacido escurriéndose entre los muslos cálidos de un
ser protector y salvador. Gracias veintinueve, número de hechizos, de memoria,
de vida. ©cAc-2021.
https://casanovacarlos2.blogspot.com/2021/07/59-la-cifra-que-divide.html
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire