mercredi 29 décembre 2021

29 (la cifra que da vida) suite de 59 (la cifra que divide)

 

Veintinueve. Banal cifra que evoca término, por aquello del nueve sin el dos, un número que corre de prisa, lo mismo solo que acompañado, siempre buscando el cero del más allá. ¿Por qué correr detrás del cero siendo altivo, amoroso como una pestaña en ojo cerrado? No tan insignificante cuando invoca presencia y vida, como un continente a la deriva en el planeta extraño de los números. Que ocupe lugar en todas las decenas y centenas, es su capricho de número vital. Noventa y nueve coma noventinueve, el precio de la libertad antes de convertirse en cien. Su alianza con el seis es casi onírica. El nueve es seis y el seis es nueve en una pieza donde dos almas se entrelazan. Número glotón. Abarcador. Número de suerte. El nueve en una calle, en una avenida, en la vida de otros, en la vida. En mi vida el veintinueve, no es ni fútil ni insignificante. Es vital. Un veintinueve porque el 28 había caído domingo en el almanaque, me vestí de Martí para desgranar las palabras del Maestro en el homenaje neoyorkino a su amigo Fermín Valdés Dominguez. “Pero el amor entrañable que le tengo, porque desde la niñez amamos juntos la verdad y el dolor, porque aborrecemos con el mismo fuego la arrogancia y la codicia que dividen a los hombres, porque derramamos con la misma pasión la amistad que los calma y congrega, porque en la vida nublada perseguimos la misma estrella doliente y adorable, impone a mis labios el silencio en el instante en que desbordarían de ellos el entusiasmo y la ternura”. Febrero es frío y corto, y solo se regala un día veintinueve, cuando la tierra da otra vuelta para equilibrar su año alrededor del sol. Marzo veintinueve de sospecha. Mi yo sospechoso. Mi yo en la mira de un tormento, de una tormenta personal que mi yo sospechaba. Un veintinueve de marzo a las diez y veintinueve de la mañana defendí mi grado de doctor en la parisina Sorbonne. Veintinueve minutos para hacer comprender un derecho golpeado por la avaricia de un régimen. Otro régimen, el matrimonial, me atrapó otro día veintinueve. Abril de llovizna primaveral, sábado veintinueve con arroces y confetis tirados. Otro abril, también veintinueve, ligado al viento de marzo veintinueve, la tormenta se convirtió en ciclón, golpe sin puño cerrado, golpe gutural. La enfermedad tocaba a mi carne, me salpicaba de incertidumbre. Un mayo veintinueve fotografié a mi madre, con un vestido de flores, sentada en un sillón de la sala, sin saber que sería el último día veintinueve que nos veríamos. Y sin embargo, fue un veintinueve de dicha y alegría, verla, tocarla, escucharla, sentir su mano fina sobre mi mano. Sus dedos sedosos sobre mi tapiz de venas aflorando sobre mis manos. Tenía entonces veintinueve años cuando atravesé a ciegas el Atlántico, mi último junio veintiañero. Dos nueves en una cifra de cuatro números. Mil novecientos ochenta y nueve. Veintinueve de julio y la voz de mi madre, segura, que me decía, reflexiona, no dejes correr el tiempo hilvanando mentiras. Justo tres días después de aquel sabatino veintiséis de traje blanco y con bigote. El mismo año de la caída del Muro. Un Muro de Lamentaciones como casi todos los muros. El nuestro, de agua y sal.  Cualquier nueve de cualquier mes de cualquier año. Agosto veintinueve con menos dolores y un anuncio alentador. Vas mejorando, resiste tu cuerpo a esos treinta y tres latigazos, que no fueron veintinueve. Y salí caminando sobre una nube de esperanzas. Callados pasaron septiembre y octubre. ¿Insípidos esos dos veintinueve? No ciertamente. El septembrino, perdido en un sendero de castaños, atravesando cañadas y bordeando quebradas escondidas por otoñales hojas. El de octubre, llevando crisantemos al cementerio, crisantemos blancos, lejos del cementerio donde reposan abuelos, madre, padre y tías. Todos fieles como difuntos. Alumbrando el camino de un camino por anunciar, el de la vida, el de nacer nuevamente un veintinueve, noviembre dando vida a un cincuenta y nueve una tarde de lunes, el sol esperando la nueva buena para esconderse y gritar como grita un recién nacido escurriéndose entre los muslos cálidos de un ser protector y salvador. Gracias veintinueve, número de hechizos, de memoria, de vida. ©cAc-2021.

https://casanovacarlos2.blogspot.com/2021/07/59-la-cifra-que-divide.html 

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