El pueblo está de fiesta, fiesta pagana y votiva con menos brío, el brío mutilado por los estertores de la pandemia no queriendo ceder terreno a la vida normal; la parada y el encierro, no harán el placer de quienes se amontonan cada año en la plaza del ayuntamiento para ver a los bravos toros camargueses. Para festejarlo a mi manera, porque siempre lo encuentro en los caminos del medio mundo que he andado, les propongo San Roque a la entrada de Aufham, una sección que hace parte de “La aventura bávara (Bodensee-Königssee)” que aparecerá a la “rentrée” el próximo mes de septiembre.
San Roque a la entrada de AufhamLos campos
cultivados acabaron y aparecieron casas dispersas donde comenzaba Aufham. A la
izquierda del camino, una capilla. La fachada de la capilla, -blanca como la
leche, puerta en arcada y discreto ojo de buey, miraba la masa alpina. El resto
de los muros exteriores, así como la cubierta, estaban revestidos de pizarra.
En el caballete frontal debajo del campanario podía leerse inscrito sobre una
placa de metal “Ave María”. Nos detuvimos y miramos por una de las dos pequeñas ventanas que daban al
camino. La puerta de la capilla daba a un prado contiguo y estaba abierta. El
ojo de buey con vitral a semejanza de un sol con rayos verdes no dejaba pasar
la claridad, la capilla de ese lado estaba envuelta en la sombra de un enorme
fresno. Silencio espiritual, silencio con olor a campo mezclado de incienso. En
el altar, con fondo de piedras imitando una gruta, la virgen soportando sobre
su cabeza una enorme corona, las manos a la altura del pecho, la expresión
maternal, la oración a flor de labios. Adosado a una pared lateral, Cristo
crucificado, sangrando, sufriendo, a tamaño natural. De cada lado del altar,
dos figuras. La de la izquierda, creí reconocer por las heridas de sus brazos y
piernas, a un Cristo de mirada triste, envuelto en una túnica azul y roja
rematada en cinta dorada. Por una vez, Cristo de pie sobre un pedestal, y no
crucificado. Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que la escultura de la
derecha no era otra que una talla de San Roque, mostrando la pierna y el muslo
lacerado. No llevaba San Roque su perro, pero sí la vara y sobre sus hombros,
la capa con la concha que nos recordó el peregrinaje a Compostela. San Roque a la
entrada de Aufham, casi al término del radweg
bávaro. San Roque allanando el camino, trayéndome a la memoria a Olga, a Zoila,
a Ángela y a Noemí, todas devotas del santo sanador. No es un camino religioso,
ni un peregrinaje lo que hago en Baviera, murmuré mirando a la escultura, y sin
embargo, al dar la espalda y salir de la capilla, me sentí envuelto por una
tranquilidad de espíritu que me daba fuerzas para avanzar. ©cAc weg2011
Muy bello como todos tus textos. Bello y aleccionador. Abrazos.
RépondreSupprimerMerci, Abel!
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