El Ventoux tiene el poder de arrastrarme a viejos
anaqueles donde duerme la carta de Petrarca contando a un amigo su escalada al
monte, monte montaña, cabeza calcárea huérfana de vegetación, pasillo alto
donde los vientos son libres de soplar y crear tempestades reales o
imaginarias. Llevaba años observándolo desde cualquier sitio desde donde yo
pudiera estar, desde el oeste a través del cristal de un rápido TGV, desde la
serranía en los parajes del Luberon, desde el sur provenzal, que fuera en
tierras de Vaucluse o del Gard. Fue al final de una mañana de diciembre,
comenzando el siglo XX, cuando nos detuvimos frente al chalet Reynard para un
almuerzo familiar de Navidad. El puerto estaba abierto a la circulación pero
apenas encontramos otros autos durante la subida. Las brasas en las chimeneas
del chalet estaban al rojo vivo. El humillo gris hacía dibujos en su escapada
al exterior. Una mesa larga donde no faltó el vino, y excelentes platos
navideños. Afuera comenzaban a caer tímidos copos de nieve y una familia de
ovejas se ponía al abrigo contra una pared del chalet… ©cAc-2021
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
Un bellísimo texto que crea para el espíritu un Mont Ventoux mágico. El milagro de la poesía.
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