Inicio
del « ralentissement de la vie »
El
viernes se presentó generoso en sol. Como las líneas telefónicas no entran en
el confinamiento, temprano llamamos al lugarteniente EW para saludarlo por su
cumpleaños. Aunque no haya necesidad de poner un pie fuera de la casa, saberse
encerrado crispa los nervios. Los medios hablan de un confinamiento menos estricto.
Vuelve la alarma entre los pequeños comerciantes. Gruñen los libreros. Leer o
no leer. Hay que olvidar que existe el
cine Utopía. Hay que, il faut, hay que, il faut… Todo resulta una gran utopía.
Oscureció dos minutos más temprano y una bandada de cuervos ocupó todas las
ramas de un abedul desnudo, hacían una algarabía tal, que nos asustamos. En
realidad, tomaban resoluciones para evadir la prohibición de migrar, pero
sabían cómo. El 30 de octubre acababa de entrar en los anales de la historia,
como el comienzo del « ralentissement de la vie », una vida marcada
por lo esencial y lo no esencial, la prudencia y la imprudencia, el miedo de
los políticos, el desconsuelo de la economía y la incertidumbre. El sábado
treinta y uno le dediqué horas al viejo tronco del abedul sin conseguir
rebajarlo. He logrado hacer un cráter
capaz de recibir un ovni perdido en estos confines de la Occitania.
Traté de ver más allá del término del pueblo desde mi más alto punto de
observación : el granero. Mi buhardilla mágica donde me pierdo a gusto, mi
buhardilla, digna de llamarse frustrado almacén de antigüedades, donde cuelgan
lienzos y retratos sepias de abuelas peinadas con coquetería. ©cAc-2020
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