El
segundo confinamiento. La desconfianza.
Y
nadie se asombró del anuncio hecho el miércoles 28 a las ocho de la noche. Todo
el mundo, a fuerza de rumores y el yo lo digo primero de los medios
informativos, digirió sin dificultad la noticia. Como nosotros, viviendo medio
ermitas desde nuestro regreso de la Isla, no por miedo ni por temor alguno,
sino porque nos habíamos hecho a la idea que nunca habíamos vuelto a esa
efímera normalidad que abarcó los últimos días hermosos de la primavera, todo
el verano, y las primeras cinco semanas del esperado otoño. Una carrera sin
freno trajo un lleva y trae y sale y vuelve a salir el jueves 29 víspera del
confinamiento. Me dio tiempo pasar por el terreno de Miémart donde pastan vacas
y toros, vigilados por un alazán blanco que no le quita pies ni pisadas a la
tropa de mugientas vacas, protegiendo a sus terneros y haciéndole guiños a los
musculosos sementales. Incluso me regalé un pedaleo por los pedregosos caminos
que bordean el Ródano e intrircarme en los desolados parajes de roca y garriga
que encerclan a Roquemaure. La tarde fue cayendo pausadamente, como para que
bien la aprovechara, y se declinó en rojos ocres naranjas cubriendo los surcos,
las viñas, los sembrados. ©cAc-2020
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