Una masa de algodón gris, perfectamente gris, armonioso,
al levantar la vista al cielo. Una llovizna helada, solidaria con la tierra
seca de hace meses. La tierra indulgente, comprensiva, dejándose acariciar por
la llovizna. Y luego el verde, no un solo verde, una paleta de verdes vistiendo
la carne vegetal. Una profusión de verdes, donde la melancolía se siente
distinta, al distinguir la mirada verduzca del pino. Y verde era la mirada de
la acacia, de un verde acaramelado. Trina un verdon entre las ramas del
níspero. Pero no es todo verde. Tiene manchas amarillas en sus alas y la cola
negra. Verde en apariencia, no como el saltamontes que es todo verde y pasará
el invierno escondido en una rama del erable que fue de un verde tierno. Los
cipreses como el pino, de un verde altivo, seguros de la pureza del color. La
salvia no deja ese verde aterciopelado que la cubre. El gris nuboso sorprende
al verde y lo envuelve para que duerma, lo deforma, lo hace negro como una
noche sin estrellas verdes. ©cAc-2020
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
En realidad, un bello poema en prosa.
RépondreSupprimer...si usted lo dice, maestro, yo le creo...
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