Ya era octogenario cuando se vio acosado por un hombre grande, no tan grande como él, pero grande, trepando con unas botas de gigante, gigante como él, atado a cintas y cadenas, y una ruidosa arma, poderosísima, que el hombre utilizaba para cortarlo. El hombre subía y él bajaba. El álamo temblaba. No como aquella vez en pleno invierno, desnudo, entonces daba ramajazos con sus ramas, queriendo sobrevivir a toda costa. Y sobrevivió, fragilizado por los cortes desmesurados. Siguió dando sombra, altivo, como lo que era, un álamo blanco. El viento lo hacía gemir y a veces gritaba buscando compasión. Como la peste, brotó un hongo en sus pies. Un hongo amarillo, verdoso, verdadero coral de tierra. Creció. Envolvió al álamo de doble tronco. Firmó su muerte. A corte y corte, fue reduciendo su cuerpo revestido de esa corteza bicolor que lo distingue del abedul ordinario. Quedó convertido en mostrador, cantina de gusanos, galería de hormigas, y una familia de escarabajos dorados, hizo de una herida su escondrijo. Pudrió la piel, perdió toda huella de corteza y terminó reducido a nada. Un nada que hachas, picos y cinzeles no pudieron destrozar su corazón latiendo agua. Esperó paciente. Vivió atemorizado por el maltrato de la lluvia, el último rayo de sol del otoño, y supo del fin cuando un tsunami de hierro lo sacó de su entraña centenaria. Desapareció el álamo blanco. ©cAc-2020
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
😢
RépondreSupprimerSi te invade la tristeza por la historia del apreciado álamo, tírala lejos, y espera con alegría que el tilo plantado para remplazarlo regale la sombra que un patio provenzal necesita...
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