…supuse que el edificio que alberga hoy la Casa de la
Cultura, fuera el Liceo y la sede del Ayuntamiento. El caserón fue renovado muy
a finales del XIX o principios del XX, dotándose de un alto soportal sostenido
por siete columnas estriadas imitando el orden corintio en su capitel y cuya
cornisa con simple balaustrada, deja ver en su centro el blasón del otrora
municipio. Caminando por una calle hacia el sur, la casa que aloja a la Logia
masónica Gral Juan Bruno Zayas. Un vendedor callejero propone viandas, ajo,
cebollas, tomates y otros productos. Le compramos una pata de cebollas (una
ristra tiene dos patas) y nos vamos envolviendo del ambiente pueblerino con sus
gentes y sus preocupaciones. Vueltas tiene un plaza con una glorieta que los
voltarenses[1]
llaman “parque de la ruleta” al que se accede por tres entradas escalonadas,
porque la plaza está muy por encima del nivel de la calle. Canteros y bancos
amparados por árboles que sombrean la plaza. Tiendas con poco o nada
verdaderamente de interés a consumir. Merenderos que fueron bares y cafeterías.
Los portales que atestiguan que una Isla con sol necesita de ellos, vendedores
ambulantes, productos plásticos y de aluminio. Horquillas, sogas y cacerolas.
Llevaba tiempo sin ver un trompo, y lo compramos al hijo de nuestros vecinos, y
le enseñaremos cómo se tira y se baila un trompo. Plástico con un cordel de
hilo blanco, y me viene a la memoria los trompos de mi infancia, de madera,
torneados, y el hilo de cáñamo. Los portales nos protegen de la fina, extra
fina llovizna, y protege al limpiabotas, un señor ya mayor, parado al lado de
su butaca, esperando un próximo cliente. Caballos con colleras coloridas y
carretones, como en los lejanos años de finales del siglo XIX. Carros
americanos todavía desafiando el tiempo setenta años después. Dejamos a la
izquierda el único edificio alto que se levanta en el centro del pueblo, creo
que hubo otro, casi vecino, demolido no hace mucho. A pesar del chin-chin,
cruzamos la calle y pasamos frente a la Casa de la Cultura, husmeamos por sus
ventanas, y seguimos. La iglesia ya está cerrada. Es sábado por la tarde, la
calle es polvorienta, el polvo humedecido por la llovizna. Doblamos buscando la
casa de nuestros amigos. Un hombre en bicicleta pasa vendiendo cloro y
detergente. El aire que envuelve la calle huele a tabaco torcido[2]. Olor a
campo, a aquellas tardes cuando mis manos cortaban la hoja verde en las tierras
arenosas de La Moza. ©cAc-2020
[1] No conozco el gentilicio de los que
pueblan Vueltas, yo me permito nombrarlos voltarenses.
[2] El tabaco es una de las economías de
sustento del pueblo.
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