dimanche 22 mars 2020

Crónica de un regreso impaciente


Fueron varios los regresos, según tomemos los puntos de partida y llegada. Regresamos a Viñales después de haber disfrutado de la profusión de azules que ofrece a la vista Cayo Levisa. Regresamos a La Habana dejando atrás los inigualables mogotes pinareños y contorneando la silueta de la Sierra del Rosario, que antes fuera enteramente pinareña. Regresamos a Santa Clara con la plaza de César vacía, y entendimos su decisión de no querer pasar unos días fuera de su cotidiano. César dio el primer parte de un primer enfermo en SC, y lo sentí como una bofetada. Llegamos a Candelaria tranquilos, y dormimos en la intranquilidad de nuevos anuncios. El lunes había sido de tests y algunas llamadas desestabilizadoras ; el martes fue pródigo en alarmas y búsqueda de información en los sitios de la embajada francesa y de la compañía aérea. Búsquedas inútiles. El miércoles amanecimos en pie de guerra, seguimos atados a la búsqueda de información utilizando internet, inmersos en el cotidiano hogareño y en gestiones fuera de la casa. La falta de gas nos aturdió y para almorzar recurrimos al fiel fogón eléctrico. Nenita y Julio vinieron volando con la botella de gas, y en el momento que regresaban a JBZ, ésta vez un garrotazo y no una bofetada, César anunciaba a mX que en SC habían dos nuevos casos. El anuncio fue el disloque que nos llevó a este regreso que fue desesperado con profundos tintes de impaciencia. César dio en el blanco que provocó un pánico inmediato en mX y por consiguiente, disputas entre nosotros por aquello de la toma de decisiones. Las disputas no merecen espacio en esta crónica y por tanto doy paso a las decisiones tomadas. Partir. Partir sin saber si partiríamos, una suerte de fuga, de huida, de corre-corre. La partida la sentía como resbalar sobre hielo y perder el equilibrio. El equilibrio de la salud estaba en juego. Adiós a las gestiones emprendidas una quincena antes. Adiós a Pori, al que dedicaríamos dos semanas de ronroneos. Adioses a medias, sin besos ni abrazos, algunos por teléfono, otros truncados, ciertos olvidados a causa del desatino y la impaciencia. La familia presente, los del primer círculo, aquellos de la cotidianidad isleña. Maletas hechas sin el cuidado de siempre y sin todo aquello que debía ocupar un lugar en sus interiores. Ni el azúcar de Iris, ni catedrales, ni gatos, ni otros vertebrados que debieron quedar para una próxima vez…cuándo ?, al final del túnel, túnel por el que todos debemos pasar con la cabeza gacha, con humildad, con el favor de dioses y santos (salimos de la casa convencidos de que San Roque y San Charbel nos abrirían caminos y puertas), que en este regreso tendrán un rol fundamental, el de la fe y la paciencia vestida de impaciencia (saliendo besé la medalla de la Virgen de la Caridad que fuera de mi tía Carmen, y que me regalara Sylvie). Con Idalverto al timón dejamos Candelaria para otro regreso, comenzando por el regreso a LH. No pude impedirme de besar a mi hermana y a mi sobrina. Y volví a ver la silueta de mi madre en el dintel de la puerta, diminuta, un chal negro echado sobre los hombros, diciéndome adiós aquel mayo del 2006. Penuria de combustible en un trayecto que se iniciaba en el kilómetro 266. Nos entregamos al destino, a lo que pudiera pasar, y la tranquilidad volvió cuando logramos llenar el tanque de petróleo. Una Citroën petrolera esquivando baches, rodando a 100 km/h, rodando… El regreso a « Por La Habana, lo más grande » (y grande es su falta de higiene como grande es la urbe !), concluyó desde el momento mismo que entramos en su periferia suroeste. La primera parada, en casa de César para dejar las maletas. Les estoy haciendo una sopa de pollo, me dijo mi primo, -para cuando volvamos en un rato, quizás para la comida, le dije, y bajé las escaleras cuando comenzaba a coger presión la olla. Idalverto nos llevó a Miramar, y nos dejó en la embajada francesa. El reloj marcaba la una y treinta de la tarde. El sol se hacía sentir. En un espacio exterior del recinto diplomático, almorzaban empleados. Tocamos el timbre, y preguntamos. Toda información, por el portillón a la izquierda. En el portillón nadie respondió a nuestra llamada, leímos la información mural, nada nuevo, nada que avizorara un término al regreso imaginado…, una voz gentil nos invitó a esperar, esperar, esperar, y no fue hasta bien pasadas las 2pm, que un gendarme, evidentemente, francés, gentil, y con acento del sur, abrió el portillón y nos anunció con gentileza, el misterio de un regreso, la incertidumbre de un viaje comenzado cinco horas antes. Para información precisa y con un lavado de manos prealable, entró mX al recinto consular convertido en anunciador de nada o casi nada, pero de cierta manera, informador. Además de nosotros, otras cuatro personas se interesaban por una información que en algo difería de la nuestra. Esas personas no tenían en plan regresar, sino seguir disfrutando de días aciagos. Nosotros, partir. Y siguiendo el consejo de la representante consular, partimos raudos a la oficina de la compañía aérea, en el Centro de Negocios de Miramar, a 35 cuadras de la embajada. En la calle 3ra tomamos un taxi particular, un Plymouth americano, que al ver mi brazo alzado, como en NY, se detuvo. Veinte pesos cubanos, menos de un euro. Preguntamos por las oficinas de Air Caraïbes, y al llegar, además de una cola, llegamos justo cuando el encargado de la línea aérea en LH (un antillano alto con camisa Lacoste a cuadros), aconsejaba de presentarse en el aeropuerto, en el buró de ventas de Air France, y esperar, esperar, esperar, una posibilidad entre miles, de tener la suerte de partir en el vuelo de las 21h55, si asientos vacíos quedaran.  El antillano Georges (pensé en San Jorge, que tanto vimos en las iglesias ortodoxas de Grecia), se presentaría en el aeropuerto alrededor de las 20h. El centro de Negocios bullía, los cafeses de las terrazas estaban llenos y el olor a café acabado de hacer me levantaba la moral. Pero no había tiempo que perder. Paré una máquina. Un viejo Lada, sucio y destartalado conducido por un muchacho joven con fuerte acento oriental. Ocho dólares hasta la puerta de la casa. No vacilamos. Una vez llegados a los bajos del edificio, le pregunté al muchacho, si le resultaba llevarnos de inmediato a la terminal tres del aeropuerto. Le propuse veinte dólares, lo que el chofer aceptó sin que mediara negociación. Al pagarle la primera carrera noté que en su puño derecho llevaba un pulso con los colores de Eleguá. Volví a invocar la presencia de San Roque en el incierto regreso. Subimos al apartamento. La sopa ya está terminada, nos dijo César. Con pena declinamos el ofrecimiento, el olor de la sopa de pollo invadía la casa. Recuperamos la maletas, nos despedimos sin que mediara abrazo ni beso, todo muy rápido, y el viejo Lada se desplazó por la avenida de Rancho Boyeros entre humos combustionados y cláxones y apuros de otros autos. El improvisado taxi nos dejó en la puerta de salidas, y apenas sin respiro, arrastramos las maletas hasta la oficina de ventas de la primera compañía francesa, casada con la holandesa KLM. El aeropuerto a esa hora, y para ser honesto, no bullía, eran las cuatro de la tarde. Tanto para el vuelo a Paris como el vuelo a Amsterdan, unas ocho o diez personas esperaban un posible regreso. Una pareja de franceses, que luego serían Justine y Jules, fueron nuestro « point de repère » y junto a sus mochilas, colocamos nuestro equipaje.  Llegó el momento de las llamadas telefónicas, a mi hermana, a mi sobrina, a Delia, a Leandro, y de ellos a nosotros.  Conversaciones donde regreso e incertidumbre eran dos palabras claves.  En un posible « no regreso » y para no importunar a César, decidimos pedir ayuda a Delia para alojarnos en LH, porque al decir de las autoridades francesas, el alojo podía ser indefinido, y mejor si se encontrara a proximidad, de forma que « otro regreso » a SC desaparecía de las posibilidades. Lo comentamos con la pareja normanda, y le propusimos alojarnos juntos en un hostal habanero (ellos no tenían idea de lo que costaba una noche en el Melia Habana de Miramar, el Neptuno o el Tritón), para ello, nuestra fiel Delia nos ayudó en esa búsqueda, y el alojo fue conseguido para en caso de un fracasado regreso. El Saint Georges antillano se personó en el aeropuerto como había dicho, y además se nos acercó, el jefe de escala de Air France, cada uno, un sostén cordial, amable, infinito, que nos permitió atarnos a la esperanza de tomar el vuelo a Paris. La diplomática consular que atendió a mX en la embajada, nos reconoció, y nos interpeló cordialmente. El tiempo pasaba. Comenzó el chequeo para el embarque, y cada vez, aparecían y aparecían pasajeros para ese vuelo, y en un momento determinado, la esperanza se nos vistió de negro, con latidos de imposible… de haber asientos vacíos, habían prioridades, aquellos con un billete comprado a Air France y queriendo adelantar el regreso, aquellos que no pudieron tomar el vuelo anterior, aquellos y aquellos, y todos los aquellos que afloraron en nuestras mentes.  Flotó el « sálvese el que pueda » que constatamos por el gesto de otra pareja de jóvenes, que nos tomaron la delantera, en buen cubano, « nos pusieron una zancadilla » y fueron los dos primeros en lograr dos asientos, cuando ya eran las 9pm, y la compañía cerraba el chequeo de embarque. Los personajes que nos sostenían, nunca nos dieron la espalda, no alentaban ilusiones, pero nos pedían tener paciencia. Los empleados cubanos del buró de ventas, igual de amables, sin más. Ariane nunca apareció, dejé de preguntar por ella. Dos a dos comenzaron a vender los asientos vacíos del vuelo. A cuenta gotas, para aumentar el desespero, invocar a los Dioses, a los Santos, y a la Esperanza. Cuatro, somos cuatro, le espetó mX al empleado cubano, igual de fatigado como todos nosotros, pagamos cada uno 625 euros por el asiento en el vuelo a Paris (la tarifa fuerte de un asiento first class, al increíble precio de 3000 euros), el color volvió a nuestros rostros, la alegría remplazó al desespero, llamé a Delia para agradecer su búsqueda de alojo, llamamos a la familia, pasamos la policía de frontera, hicimos una larga cola para entrar en el Airbus y lloramos de alegría, y de tristeza, de dejar la Isla en una situación de incertidumbre, de contagios, de penurias y miserias… Aterrizamos a las 12h10 del viernes 20 de marzo en el parisino aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle. 13 grados de temperatura. La aeropole cuasi vacía. Salimos afuera con los nasobucos que nos ofreció Nenita. La estación de trenes TGV del aeropuerto, con todos los trenes suprimidos (un empleado nos dijo que si nos apurábamos, a las 15h39 salía desde la gare de Lyon un TGV a Marsella con parada en Aviñón). Bajamos a la estación de trenes de cercanías (RER B) y tomamos un tren que pasaba en dirección del sur de la capital, nos bajamos en la Gare du Nord, montamos cuando casi cerraba sus puertas un tren de la línea A (RER) y llegamos a la estación de Lyon. Pocos pasajeros. Muchos montaron en el tren con destino a Montpellier. En el andén 17 estaba parado el que nos llevaría a Avignon. El regreso estaba casi consumado. A las 18h20 desembarcamos en la Gare Avignon TGV. Dotado de un permiso especial, por circulación « imperiosa », David nos recogió en la estación, casi media hora más tarde ; llegados a Roquemaure, comenzó nuestro confinamiento, y para regresar al comienzo, pusimos punto final a este regreso, devenido crónica, para contar a mi familia, a mis amigos, y nunca olvidar. Roquemaure, domingo 22 de marzo del 2020, comenzando a puntear la primavera. ©cAc-2020

6 commentaires:

  1. Que odisea! No se las envidio. Pero que bueno que todo se resolvio para bien! Cuidense mucho.

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  2. Gracias Magtiel, pues sí, odisea isleña, odisea "tout court" si tenemos en cuenta que duró lo que dura un santiamén, pero con los nervios crispados! Un abrazo, cAc

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  3. Qué locura ese regreso pero menos mal que todo se pudo resolver a pesar de todos los obstáculos. Me gustó mucho tu crónica!

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  4. He vivido contigo, siete meses después, la angustia de esa salida atafugada y triste, obviando besos y pasando rápido ante las imágenes queridas y reales que quisieras robar y llevarte, o las incorpóreas pero imborrables de los momentos eternos, como la de tu madre en el dintel de la puerta hace hace tantos años. Allí volverá ella, con el chal puesto, fresca como en marzo, a darte la bienvenida un día...

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  5. …no solamente, una fuga desconcertante, incierta, apresurada, a ciegas como quién busca la salida en una bocacalle que lleva y no lleva a ninguna parte, fue la angustia vestida de tiempo, de noes, de esperanza, de sobresaltos, perfumada de ese olor a gasolina que escapa y envuelve a un auto atravesando el humo irrespirable de Boyeros sin saber a ciertas que llegará a su destino… el nuevo confinamiento me trae a la memoria la menos angustiosa, pero también inquietante llegada a lo “desconocido”, hace siete meses.

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