vendredi 1 novembre 2019

La Toussaint (Todos los Santos)


Hoy es feriado en Francia. Quizás un viernes como otro cualquiera aunque realmente no lo es. Es el día de Todos los Santos, la Toussaint, que promete ser colorido y húmedo. No faltarán reportajes en casi todas las cadenas de televisión, mostrando las visitas a los cementerios, los familiares poniendo flores, un ramo o un tiesto enorme de crisantemos. Todo limpio, la perfección, el humanismo, la familiaridad. En apariencia. La perfección no existe, es como un sinónimo de hipocresía cuando brota ese  “tout va bien” que no es tan “tout va bien” como la gente hace querer ver. El humanismo visto como una visita a los ancestros desaparecidos, cuando en vida faltaron tantas visitas. La familiaridad expresada como el “partage” de sentimientos de tres generaciones poniendo crisantemos en una losa marmórea, o el silencio impregnado sobre una tapa humilde salpicada de moho. En la vida cotidiana, esa del “tout va bien”, las tres generaciones apenas se codean, ni tan siquiera un timbrazo para saber si de verdad “tout va bien” o cómo van realmente las cosas. Pienso en los mayores abandonados que murieron un verano canicular, solos en sus casas. Los mismos que yacen solos en los cementerios coloridos de un primero de noviembre. El feriado inunda de silencio el barrio. Saldré para caminar por sus calles vacías, y quizás los pasos me lleven al cementerio de Montmartre. El manto gris que envuelve al día, va a confundirse con el gris de las losas, unas con nada, otras soportando tiestos de margaritas y crisantemos. Sepulcros vacíos, sepulcros a perpetuidad, ennegrecidos por la contaminación, vestidos de musgos de un amarillo ocre, salpicados de manchitas blancas. En la entrada principal voy a comprar una rosa, si blanca mucho mejor, con una lágrima escondida entre dos pétalos. Me detendré frente a la losa sobre la cual está inscrito ESTEVEZ y aunque Marta es polvo en su sepulcro del habanero Colón, colocaré la rosa en aquella que fuera su temporal morada. La pondré al corriente del caudal del Bélico, de su Santa Clara cayéndose a pedazos y le hablaré del timbre impreso en su memoria. Me despediré sin promesas, no sé cuando vuelva, qué podré hacer por ella. De regreso, cabizbajo, caminaré por la avenida de los polacos, atento al gorjeo de un cuervo perdido entre las galerías de las diferentes divisiones. De ese lado, nadie se paseará, excepto yo, una dosis de tristeza en mis pensamientos. Volveré atrás, o adelante, a la puerta del cementerio de Montmartre, para volver a pie a mi casa. ©cAc-2019

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