samedi 9 novembre 2013

Fo Guang Shan


Montamos en el tren de la RER en la estación Auber. Después de Vincennes, el tren toma la rama que lleva hasta Marne-la Vallée y atraviesa el este urbano de la periferia parisina. Pocos nos bajamos en Bussy-Saint-Georges, supongo que la gran mayoría iba a Disneyland-Paris o de compras al gigantesco centro comercial que se levanta en Val-d’Europe. La estación de Bussy-St-Georges es de factura moderna y nada complicada. Una vez en la superficie, la luz natural que se filtra por su cubierta en forma de nave mitad aluminio mitad vidrio nos indica un sábado soleado. No tengo mapa para guiar mis pasos en dirección de l’Allée Madame de Montespan, pero llevo en la memoria aquel que busqué en Google Map. La vía férrea se escurre por las entrañas de la tierra y encima el espacio verde gana terreno. A uno y otro lado, inmuebles bajos de factura reciente. Avanzamos hasta un parque en medio de las dos bandas construidas, en cuyo centro un estanque enorme refleja el cielo de pronto algodonado. En lugar de cuervos negros, urracas patilargas se pavonean por los prados que descienden hasta el estanque. Estamos en los parajes medio construidos de lo que será el futuro barrio ecológico Le Sycomore y caminamos por la Explanada de las Religiones en busca del templo Fo Guang Shan. Un templo laosiano, una mezquita, una iglesia armeniana, un templo budista… y en derredor, lo que fueron grandes granjas agrícolas, matojos, herbazales y movimiento de tierra.
Fo Guang Shan France se revela el primero de los centros cultuales construido en la Allée Madame de Montespan. Un conjunto arquitectural de líneas modernas que respira espiritualidad budista. Le sigue el templo laosiano, a medio terminar y al final de la allée, las curvas modernas de los techos del edificio que acogerá el culto musulmán. A la entrada del templo budista un cartel anuncia las prohibiciones entre las que figura un aparato de foto rayado con una barra. Pas des potos. Pas grave. Tiramos para abrir una puerta evidentemente condenada y se nos abre otra en cuyo dintel nos recibe una mujer asiática de rostro noble vestida con un saco sastre color rosado que indica que es empleada del centro cultual. Luego de explicarle el interés que nos hacía venir al templo, la señora nos hizo visitar la segunda zona del conjunto que es la parte reservada al culto. Comenzamos por el jardín Chan (Zen), en cuyo centro se levanta una estatua de Maitreya y detrás crece un árbol bajo el cual, el futuro Buda organizará tres asambleas con el fin de enseñar y guiar a los seres. Diseminadas sobre el césped del jardín, pequeñas estatuas de monjes novicios, simbolizan la vida cotidiana de un templo budista. Una escalinata nos lleva a la sala denominada Compasión, ornada al fondo por una estatua de Bodhisattva Avalokitesvara, aquella con mil brazos y mil ojos. Detrás de la estatua, sobre la pared está gravado el texto de la Puerta Universal, del Sutra del Loto. Los muros laterales de la sala están decorados por treinta y dos estatuillas, y todas en su conjunto, representan las treinta y tres apariencias del Bodhisattva. Al dejar la sala Compasión, volvemos a la planta baja. Un pasillo decorado con sutras nos lleva a una sala mucho más pequeña llamada Conmemoración, la cual está dedicada al recogimiento y la organización de ceremonias. En esta sala, las estatuas del Bodhisattva Ksitigarbha están dispuestas al centro y alrededor de las placas conmemorativas que los adeptos dedican a sus ancestros. La gran sala de Buda estaba en plena oración cuando llegamos al templo, y cerrada a cal y canto. Al cabo de un momento la puerta que da al pasillo que lleva a la sala de las conmemoraciones, fue abierta y la señora que nos acogía nos invitó a seguir la oración y luego el sermón del venerable, al interior de la sala, grande de más de 500 m² y con un techo alto de siete metros y medio. Al centro se sitúa la estatua en jade de Buda, con un peso de ocho toneladas y tres metros de alto. Los muros laterales muestran caligrafías del Gran Maestro Haing Yun. Terminado el sermón, como el resto de los adeptos budistas, fuimos invitados a almorzar en el refectorio del centro. Simple, bien cocinado y abundante, la colación es parte del simbolismo que genera la fraternidad budista. Ya fuera del refectorio, un té caliente sirve para fustigar el aire frío que envuelve al templo. Compramos dulces caseros que venden benévolas del centro y volvemos a la recepción donde agradecemos a nuestra interlocutora la gentileza de acogernos y mostrarnos el templo.

Afuera, un aire cortante golpeaba las mejillas y entumecía mis dedos que intentaban mantener agarrada la cámara de fotos. Pasamos delante del templo laosiano, escrutamos la fachada de la futura mezquita y volvimos atrás, volvimos acompañados de una budista tibetana con la cual intercambiamos opiniones y nuestra visita al templo. La vuelta a Bussy-Saint-Georges no fue soleada como a nuestra llegada. Un resplandor de lo que sería el sol se escondía detrás de una cortina espesa de nubes. Las urracas huían en dirección al lago. Un conejo gris se hizo todo pequeño y frágil mientras pasábamos por su lado. Un hombre pescaba en una orilla del estanque. Al final de la explanada de las religiones, o mejor, a su comienzo, gruesas gotas tornaron en el cielo, y justo nos alcanzó el tiempo para entrar a la estación, hundida en la penumbra de un sábado que horas antes fue soleado. ©cAc


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