Montamos en el
tren de la RER en la estación Auber. Después de Vincennes, el tren toma la rama
que lleva hasta Marne-la Vallée y atraviesa el este urbano de la periferia
parisina. Pocos nos bajamos en Bussy-Saint-Georges, supongo que la gran mayoría
iba a Disneyland-Paris o de compras al gigantesco centro comercial que se
levanta en Val-d’Europe. La estación de Bussy-St-Georges es de factura moderna
y nada complicada. Una vez en la superficie, la luz natural que se filtra por
su cubierta en forma de nave mitad aluminio mitad vidrio nos indica un sábado
soleado. No tengo mapa para guiar mis pasos en dirección de l’Allée Madame de
Montespan, pero llevo en la memoria aquel que busqué en Google Map. La vía férrea
se escurre por las entrañas de la tierra y encima el espacio verde gana
terreno. A uno y otro lado, inmuebles bajos de factura reciente. Avanzamos
hasta un parque en medio de las dos bandas construidas, en cuyo centro un
estanque enorme refleja el cielo de pronto algodonado. En lugar de cuervos
negros, urracas patilargas se pavonean por los prados que descienden hasta el
estanque. Estamos en los parajes medio construidos de lo que será el futuro
barrio ecológico Le Sycomore y caminamos por la Explanada de las Religiones en
busca del templo Fo Guang Shan. Un templo laosiano, una mezquita, una iglesia
armeniana, un templo budista… y en derredor, lo que fueron grandes granjas
agrícolas, matojos, herbazales y movimiento de tierra.
Fo Guang Shan
France se revela el primero de los centros cultuales construido en la Allée
Madame de Montespan. Un conjunto arquitectural de líneas modernas que respira
espiritualidad budista. Le sigue el templo laosiano, a medio terminar y al
final de la allée, las curvas modernas de los techos del edificio que acogerá
el culto musulmán. A la entrada del templo budista un cartel anuncia las
prohibiciones entre las que figura un aparato de foto rayado con una barra. Pas
des potos. Pas grave. Tiramos para abrir una puerta evidentemente condenada y
se nos abre otra en cuyo dintel nos recibe una mujer asiática de rostro noble
vestida con un saco sastre color rosado que indica que es empleada del centro
cultual. Luego de explicarle el interés que nos hacía venir al templo, la
señora nos hizo visitar la segunda zona del conjunto que es la parte reservada
al culto. Comenzamos por el jardín Chan (Zen), en cuyo centro se levanta una
estatua de Maitreya y detrás crece un árbol bajo el cual, el futuro Buda
organizará tres asambleas con el fin de enseñar y guiar a los seres.
Diseminadas sobre el césped del jardín, pequeñas estatuas de monjes novicios,
simbolizan la vida cotidiana de un templo budista. Una escalinata nos lleva a
la sala denominada Compasión, ornada al fondo por una estatua de Bodhisattva
Avalokitesvara, aquella con mil brazos y mil ojos. Detrás de la estatua, sobre
la pared está gravado el texto de la Puerta Universal, del Sutra del Loto. Los
muros laterales de la sala están decorados por treinta y dos estatuillas, y
todas en su conjunto, representan las treinta y tres apariencias del
Bodhisattva. Al dejar la sala Compasión, volvemos a la planta baja. Un pasillo
decorado con sutras nos lleva a una sala mucho más pequeña llamada
Conmemoración, la cual está dedicada al recogimiento y la organización de
ceremonias. En esta sala, las estatuas del Bodhisattva Ksitigarbha están
dispuestas al centro y alrededor de las placas conmemorativas que los adeptos
dedican a sus ancestros. La gran sala de Buda estaba en plena oración cuando
llegamos al templo, y cerrada a cal y canto. Al cabo de un momento la puerta
que da al pasillo que lleva a la sala de las conmemoraciones, fue abierta y la
señora que nos acogía nos invitó a seguir la oración y luego el sermón del
venerable, al interior de la sala, grande de más de 500 m² y con un techo alto
de siete metros y medio. Al centro se sitúa la estatua en jade de Buda, con un
peso de ocho toneladas y tres metros de alto. Los muros laterales muestran
caligrafías del Gran Maestro Haing Yun. Terminado el sermón, como el resto de
los adeptos budistas, fuimos invitados a almorzar en el refectorio del centro.
Simple, bien cocinado y abundante, la colación es parte del simbolismo que
genera la fraternidad budista. Ya fuera del refectorio, un té caliente sirve
para fustigar el aire frío que envuelve al templo. Compramos dulces caseros que
venden benévolas del centro y volvemos a la recepción donde agradecemos a
nuestra interlocutora la gentileza de acogernos y mostrarnos el templo.
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