Con la
desaparición de la emperatriz negra, el palacio se llenó de un vacío insondable.
Muchas veces, batiendo al ritmo de la ventolera, como si nadie viviera entre
los muros de la casa, las cortinas se despeinaban y sacaban los velillos al
exterior. Y en el exterior, la penumbra de la noche agazapada entre las adelfas
del patio; la oscuridad como una mancha azul-negra dando saltos hasta quedar
extenuada, y luego una mancha imaginaria en cada rincón de la casa, en cada recodo
del jardín. La châtelaine dans son château. La intrépida saltando cercas en el
vecindario. La loca dando vueltas en su butaca de mimbre. La contestataria
desmenuzando las páginas de La Provence al percatarse de que mi apellido aparecía
en un artículo de “faits divers”. Nuestra loca gata negra, nuestra Meiko.
Irremplazable, dijimos cuando todavía el duelo no había terminado. Y todavía no
ha terminado. Pero la casa necesita otra mancha que se escurra entre los
muebles, que se esconda en un zapato polvoriento, que corra a galope entre los
tiestos de margaritas y los rosales espinosos. Irremplazable, pensábamos, y a
golpe de tijeras cortamos las hierbas alrededor de su último espacio en el
jardín, al lado de Melissa, la madrileña, la más negra de todas, la que más
vivió entre los muros de la casa. Pensábamos, y le dábamos vuelta al asunto.
Primero hubo una proposición por parte de un conocido: cuando la madre los
suelte, los meto en una caja y se los presento. El cajón con gatos todavía no
ha llegado a la puerta, y tampoco nos hacemos ilusiones. Y luego supimos de un
paritorio en una casa de campo, donde pululan gatas poco maternales y gatos
medio salvajes medio abandonados, libertarios y libertinos. De aquella mansarda
escondida entre cipreses y robles, cundido de piojos y bichos en las orejas,
recuperamos al menudo felino blanco lleno de manchas negras amarronadas sobre
el lomo, como el archipiélago de Pakleni frente a la costa dálmata de Croacia.
Y así de carmelitosa, también su cola, larga y oscura como sus manchas. Nos
alejamos del paraje gatuno con dudas sobre el sexo del animal. Nos lo llevamos
por gata y resultó gato. Llegó un miércoles al atardecer. Se instaló en la
butaca que fuera trono meikal y pidió un edredón para pasar su primera noche.
Desde entonces, Mayu, -Mayu-san para los íntimos-, descubre después de cada
bostezo, una pieza de la casa, el fondo de un closet atestado de viejas cajas o
la frialdad de la tierra húmeda donde crece el erable traído de un templo de
Kyoto. Estamos a sábado. Yo le paso la mano por el lomo, siento la flaquencia de
su diminuto cuerpo y lo dejo pateando una bola hecha con papel de aluminio,
mientras salgo en dirección de la estación de trenes. A mi regreso, Mayu habrá
crecido y será un gato juguetón. Bienvenido Mayu, “cocon” de Junio. cAc©2013
* 繭 : Mayu 真由: cocon
¡Qué alegría! Doble, porque veo que regresas al blog, porque de ese modo tengo noticias de ti y otro porque, un nuevo gatito vivaz, anima la casa. Como siempre sabes describir de una forma excelente esas pequeñas cosas que enriquecen la vida y eso se agradece. Un fuerte abrazo, amigo y no te pierdas.
RépondreSupprimerHermoso hermano, y como garn hombre le das oportunidad a una criatura indefensa de tener un hogar. Un abrazo. Suini
RépondreSupprimerHola Carlos - Viví en SC hasta el 66, en la casa situada en San Miguel # 4 esq. Cuba (al otro lado, la calle Colón), un sitio enorme del cual me dijeron que hicieron luego tres casas. Supuestamente había sido un cuartel durante la colonia -- o un hospital, o posiblemente ninguno de los dos. Sin duda q la casa tenía algunos atributos arquitectónicos muy antiguos y curiosos, pero no sé nada sobre su historia. ¿Tienes algo sobre eso en tus papeles o has hecho alguna nota sobre ella entre tus otros (brillantes) breves estudios sobre la arquitectura de la ciudad? Saludos desde Miami, Omar Amador (mediatext@att.net).
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