Cuando volteé la última página de Les Braises, sentí una necesidad imperiosa de comentar la obra de Sándor Márai, de compartir en un salón amueblado de viejos butacones y al calor, -de brasas, por qué no?, extinguiéndose hasta morir hechas cenizas-, la conversación entablada por el General y su amigo de infancia y juventud, Conrad, en el encuentro después de cuarenta y un años y cuarenta y tres días sin nuevas uno del otro. No osé despertar a mi compañera para platicar de literatura bien pasada la medianoche, y me dormí pensando que escribiría en el blog mis impresiones sobre la novela del escritor húngaro. Evidentemente, “A la luz de los candelabros” es una novela de factura psicológica cuya acción se desarrolla por espacio de veinticuatro horas, bajo los techos de un castillo campestre en tierras magyares. Mordido por el insomnio, quise atar los diálogos, las querellas y olvidar ciertos principios morales. La traición es detestable, nada más lamentable que sentirse traicionado por una persona a quien uno quiera, aprecie o ame, y que ésta haya calculado cada paso del golpe a asestar. Sándor Márai recrea magistralmente el tema de la fidelidad y de las relaciones humanas, y sobre todo, porque nos deja a los lectores la tarea de adivinar, de poner a ambos hombres en su lugar, en su verdad y en el adiós simple luego de haberse cada uno desprendido de sus diferencias, en forma de recuerdo, tensionado, casi rozando lo dramático. Yo admiré y detesté indistintamente a los dos protagonistas. Intenté incorporarme a la conversación como si hubiera sido uno de ambos, o alguien que podía sostener, ayudar, y hasta matar según las diferencias y la oposición revelada progresivamente por dos vejestorios incapaces de irse a los puños, por honor, por fragilidades de la edad, de la vida… ©cAc
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
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