dimanche 9 octobre 2011

Avatares de un patio provenzal (III)

Hace tres días que sopla la tramontana. Cuando el mistral se encanalla no deja una sola nube merodear por el cielo. La intensidad del azul penetra en todos los rincones. Sin embargo, esta tramontana que también llaman mistral negro, vetea el cielo de grises y negros, infla las nubes de un blanco lechoso y deja aparecer algunos claros de azul perfecto, espacios minúsculos cercados de nubarrones que enfrían el alma. Hace tres días el patio estaba inmaculado. Los abedules erguidos en silencio, los cipreses queriendo tocar el infinito y el castaño coloreando sus hojas. La primera caída de hojas había ahogado el níspero nacido debajo de su sombra. Con la quema, el patio se envolvió en humo y agradables olores otoñales. La tramontana ha desvestido a todos y con el silencio de la medianoche pasada, los árboles han expulsado su cólera con lastimero llanto. El nogal tiene las hojas tostadas, asfixiado por el vaivén del soplido. Las adelfas pierden las flores y las arecas juegan a pinchar las hojas en su caída. La tierra se ha secado, y aunque el riego sea fecundo, la fuerza del viento no deja trazos de humedad. Cada tarde noche, la tierra se baña con el agua extraída del pozo, el pozo no muere, su fuente es el Ródano, el agua no falta. La tierra bebe, y bebe sin parar y vuelve a lamentar que no hay manantial perenne que calme su sed. Ni margaritas, ni lis, ni ninguna otra flor da color al patio. Guardo el rastrillo, la pala y la carretilla. Pongo al abrigo los guantes y doy la espalda al patio, la ventolera haciendo danzas y las hojas temblando. ©cAc-2011

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