Cuando logré abrir los dos ojos al mismo tiempo, la primera mirada fue para el viejo radio despertador del que no quiero separarme aunque me ofrezcan sumas desorbitantes. A pesar de mi querida miopía, puedo leer la hora en rojo sin necesidad de espejuelos. Y aquello marcaba las nueve de la mañana con nueve minutos. Estos dos nueve tenían algo de profético cada uno con un cero delante: 09:09. Remoloneé hasta las nueve y diecinueve, y salí disparado como un resorte hasta el comedor. Bendita luz que entraba por la ventana de la cocina. El desayuno, en compañía de France Culture, y como invitados, Pfizer, BioNTech y por supuesto, el interesado en que aparezca algo que si no lo mata, por lo menos lo desaparezca. Anuncian que será eficaz al 90 por ciento. Et voilà, algo había de enigmático en ese 9 al levantarme, aunque ahora el cero va detrás. Un pariente me dice en un correo “dobla el lomo y acaba de aniquilar lo que queda del abedul”. Y yo por rebeldía, puse a un lado la simpática sugerencia de mi primo, y me prometí, pues no doblar el lomo. La última vez que escuché esa corta frase fue recogiendo boniatos en un boniatal del Yabú. Y no fue dirigida a mi, pero a uno de mis compañeros que majaseaba en el surco. Teníamos catorce años, ajenos a los dolores de espalda y a las prematuras artrosis. Verificando lo de la vacuna, se me fue la mañana, que habiendo comenzado a las 09h29, no podía ser muy larga y fatigosa. Arroz blanco con huevos fritos, el almuerzo de los apurados. Sigue siendo buen día, y yo me creería estar en julio. Resembrar aromas, tallar los rosales, proteger el viejo jazmín en previsión de una helada no anunciada, y ocuparme del amarilys blanco que falto de un sostén, con el peso cayó al suelo. Escribiría “memorias de un jardinero” y se las enviaría a mi amigo Ramiro, cuya sensibilidad por las plantas (y también por los animales) es un don que Dios le dio. Contrario a la mañana, la tarde fue larga y productiva. El toque distintivo lo pusieron los gatos Coquet y Rouqui. Se celan, se odian, y como dos toros de lidia avanzan, chocan nariz contra nariz y a un silbato mío, convertido en gendarme, los dos se separan y desaparecen sin rezongar. Mayu los mira sorprendido ajeno y no comprende esas disputas. Nouilles au curry et salade d’endives. Nueve campanadas anuncia la colegial. No tengo mucho más que agregar a este martes de novenas. Me acuesto. En la oscuridad puedo ver la hora exacta: nueve de la noche con nueve minutos. ©cAc-2020
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
-
*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire