Avatares de un patio
provenzal (VIII)[1]
Los temporales se llaman ahora episodios. Probablemente porque se
desarrollan en serie y terminan como culebrones entre las prensas que imprimen
La Provenza y Midi Libre. Episodios que vienen siendo avatares para un patio,
que esté más al norte o más al sur. Provenzal o rodaniano, pero patio expuesto
a ese chin-chin que va martirizando las hojas del castaño y de los abedules. El
níspero y la acacia se disputan aún ese último verde antes de que termine
noviembre. Los pinos viejos quedan apartados y entre ellos el susurro es una
mezcla de resignación. Verde oliendo a pino con años, ramas fatigadas, donde se
esconden las urracas para comadrear, o para comer lo robado en la cocina del
vecino. Las ardillas descubrieron que hemos vuelto a poner nueces, cuchichean,
alborotan y rompen discretamente la tranquilidad del patio. Patio provenzal,
intentando secar las aguas acumuladas durante tres días de lloriqueo climático.
Patio amarillo, oro, sol, amarillo borrando su pasado verde, verdísimo, casi
imposible de borrar. La ausencia de viento hace que las hojas caigan suavemente,
acariciando en la caída el aire tibio invisible. La Provenza anuncia vientos del
interior a la costa, bajando precipitadamente hasta la playa Napoleón. Soplará
el mistral y el amarillo colgado de las ramas irá cayendo bruscamente, y la
profusión de amarillos verdes, amarillos ocre, amarillos densos, dolorosos,
encabritados, harán un tapiz de hojas medio vivas medio muertas. Mientras no
sople el mistral, viviremos bajo un manto amarillo, oro natural, de bruces
mirando el ocaso del azul cuando la tarde termina. ©cAc.
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