Siendo
demasiado niño, -tan niño, que el recuerdo es nebuloso- me tropecé en un
camino, patio, jardín o traspatio, -tampoco recuerdo con exactitud- con un
perro bien nuevo, blanco, juguetón y moviendo la cola sin descanso. Lo nombré
Chili, y Chili desapareció un día sin dejar rastro de su desmesurada alegría.
Tiempo después de haber desaparecido Chili, apareció aquella perrita amarilla, -sata,
decía mi padre-, de talla mediana, con ojos tristes y el rabo entre las patas.
La nombré Perri, y era también yo todavía demasiado niño para comprender la
maldad de los humanos. Perri buscaba amparo entre nuestras piernas y el vientre
destacaba un venidero parto. Era tímida y juguetona. No le faltaba comida y mi
compañía, los dos tirados por el suelo buscando el frescor en las tardes
calurosas. Una, o más bien, dos despiadadas manos teniendo agarrada por sus dos
asas una cacerola de agua hirviendo pusieron fin a la vida de Perri. En las
sobremesas familiares mis padres hablaban de Leal, y de otros canes que
vivieron bajo su techo, pero entonces yo todavía no había nacido. Al final de
la década del 70’ -entonces ya conocía los declives de terreno que envuelven La
Moza-, un “petit comité” de amigos del preuniversitario decidimos hacer
campismo (antes de ser oficial e impuesto como popular) en los parajes donde el
Arimao atraviesa vegas y baña enormes canjilones de mica y serpentinita. La
noche de truenos y aguacero se convirtió en tempestad, oscureció al Escambray y
un golpe de agua nos dejó huérfanos de materiales y tienda de campaña. La
creciente desbordó el Arimao y pasamos la noche en un portal de La Moza.
También allí durmió Oky, perdido, sin rumbo. Me lo llevé a Santa Clara y nadie
en mi casa se opuso al nuevo integrante del número 312 de la calle Alemán. Oky
murió años más tarde y casi enseguida apareció Chocolate. Hizo el viaje de La
Habana a Santa Clara en la caja de herramientas de un Hino japonés, -por
gentileza del conductor, al descubrir al perro flaco y desgarbado sacando la
cabeza de la mochila naranja made in Poland de las que vendían en las tiendas
Amistad. Chocolate no conoció larga vida al morir estropeado por una rastra en
la carretera de Camajuaní. A Jimena le hice seña frente al Hotel Central. Y
bastó una vez que le dijera “ven, Jimena, ven” para hacerme acompañar por ella
hasta la casa de mis padres. No hubo objeción en que durmiera aquella noche. Y
las siguientes. Venía preñada, y de aquel parto (nunca me dijo si ya era madre
o era su primer parto) nació Chambeco. Buscamos a quienes regalar los hermanos
de Chambeco. Había qué comer en la casa, pero el instinto animal de madre la
empujaba a salir a buscar algo con qué alimentar a su Chambeco. Siempre se
aparecía con algo entre sus fauces. Tampoco sé si robaba la piltrafa o se la
tiraba el carnicero. El mismo carnicero que cansado de verla husmear cuando
llegaba la carne, le tiró el trozo envenenado del que ella comió la mitad y la
otra mitad la llevó hasta la puerta, sin maldad, para compartir con Chambeco.
Pero Jimena no llegó a subir el escalón, perdió fuerzas y la encontramos
agonizando, ya casi muerta. Quedó huérfano Chambeco, alocado, ladrador,
coleando y saltando, y así duró catorce años. Corría el 2006, y supe la triste
nueva por mi madre, ella en un susurro, yo del otro lado del Estrecho. Desde entonces
no he vuelto a encariñarme con otro perro, justo jugar, pasar la mano, a los
perros de primos y amigos. ©cAc-2019
(Texto trampolín para saltar al souvenir gatuno!)
Me gustó mucho lo que escribiste, no conocía esa faceta canina tuya porque ahora quieres mucho a los gatos jajaja, un abrazo
RépondreSupprimer…mira eso !, y sigo queriendo a los perros, y hasta he pensado en adoptar uno, pero por ahora sigo gatero ! lo de los perros me viene en los genes, mi padre cuando aún yo no había nacido llegó a tener 17, me imagino que fuera como un ejército ! Gracias por leer el texto, ha sido como un preámbulo para los post que siguen… un abrazo cordial, cAc.
RépondreSupprimerAnimales siempre agradecidos. Recuerdo de mi infancia en Cuba que los perros gozaban de libertad para bien y para mal, sin ataduras, entrando y saliendo de las casas a su antojo.
RépondreSupprimerTienes razón José Enrique, no pueden hablar y nos manifiestan su agradecimiento con mil formas de afección, una mirada, un remeneo de rabo, y tu infancia y la mía, vivieron ese mundo canino, errantes o no, pero felices de verse libres y casi seguros de sí, desgraciadamente, el mundo ha cambiado… saludos, cAc.
SupprimerJimena!!! Bien que recuerdo a esa perrita noble!Nos acompanaba en los viajes de ida y regreso. Agradecida porque la llevaban en alguna que otra ocasion al Campismo Arco Iris a darse un chapuzon en las calurosos dias de verano. Te recuerdas?? Un abrazo,
RépondreSupprimerCreo que le debias ese homenaje a tus perros, Y Pory como esta?
RépondreSupprimerNo había leído los comentarios, y acaba de pasar un año, Pori, un gatazo, y yo loco por verlo ! (21 de diciembre 2020)
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