mardi 9 juillet 2019

Souvenir perruno (Chili, Perri, Oky, Chocolate, Jimena y Chambeco)


Siendo demasiado niño, -tan niño, que el recuerdo es nebuloso- me tropecé en un camino, patio, jardín o traspatio, -tampoco recuerdo con exactitud- con un perro bien nuevo, blanco, juguetón y moviendo la cola sin descanso. Lo nombré Chili, y Chili desapareció un día sin dejar rastro de su desmesurada alegría. Tiempo después de haber desaparecido Chili, apareció aquella perrita amarilla, -sata, decía mi padre-, de talla mediana, con ojos tristes y el rabo entre las patas. La nombré Perri, y era también yo todavía demasiado niño para comprender la maldad de los humanos. Perri buscaba amparo entre nuestras piernas y el vientre destacaba un venidero parto. Era tímida y juguetona. No le faltaba comida y mi compañía, los dos tirados por el suelo buscando el frescor en las tardes calurosas. Una, o más bien, dos despiadadas manos teniendo agarrada por sus dos asas una cacerola de agua hirviendo pusieron fin a la vida de Perri. En las sobremesas familiares mis padres hablaban de Leal, y de otros canes que vivieron bajo su techo, pero entonces yo todavía no había nacido. Al final de la década del 70’ -entonces ya conocía los declives de terreno que envuelven La Moza-, un “petit comité” de amigos del preuniversitario decidimos hacer campismo (antes de ser oficial e impuesto como popular) en los parajes donde el Arimao atraviesa vegas y baña enormes canjilones de mica y serpentinita. La noche de truenos y aguacero se convirtió en tempestad, oscureció al Escambray y un golpe de agua nos dejó huérfanos de materiales y tienda de campaña. La creciente desbordó el Arimao y pasamos la noche en un portal de La Moza. También allí durmió Oky, perdido, sin rumbo. Me lo llevé a Santa Clara y nadie en mi casa se opuso al nuevo integrante del número 312 de la calle Alemán. Oky murió años más tarde y casi enseguida apareció Chocolate. Hizo el viaje de La Habana a Santa Clara en la caja de herramientas de un Hino japonés, -por gentileza del conductor, al descubrir al perro flaco y desgarbado sacando la cabeza de la mochila naranja made in Poland de las que vendían en las tiendas Amistad. Chocolate no conoció larga vida al morir estropeado por una rastra en la carretera de Camajuaní. A Jimena le hice seña frente al Hotel Central. Y bastó una vez que le dijera “ven, Jimena, ven” para hacerme acompañar por ella hasta la casa de mis padres. No hubo objeción en que durmiera aquella noche. Y las siguientes. Venía preñada, y de aquel parto (nunca me dijo si ya era madre o era su primer parto) nació Chambeco. Buscamos a quienes regalar los hermanos de Chambeco. Había qué comer en la casa, pero el instinto animal de madre la empujaba a salir a buscar algo con qué alimentar a su Chambeco. Siempre se aparecía con algo entre sus fauces. Tampoco sé si robaba la piltrafa o se la tiraba el carnicero. El mismo carnicero que cansado de verla husmear cuando llegaba la carne, le tiró el trozo envenenado del que ella comió la mitad y la otra mitad la llevó hasta la puerta, sin maldad, para compartir con Chambeco. Pero Jimena no llegó a subir el escalón, perdió fuerzas y la encontramos agonizando, ya casi muerta. Quedó huérfano Chambeco, alocado, ladrador, coleando y saltando, y así duró catorce años. Corría el 2006, y supe la triste nueva por mi madre, ella en un susurro, yo del otro lado del Estrecho. Desde entonces no he vuelto a encariñarme con otro perro, justo jugar, pasar la mano, a los perros de primos y amigos. ©cAc-2019
(Texto trampolín para saltar al souvenir gatuno!)

7 commentaires:

  1. Me gustó mucho lo que escribiste, no conocía esa faceta canina tuya porque ahora quieres mucho a los gatos jajaja, un abrazo

    RépondreSupprimer
  2. …mira eso !, y sigo queriendo a los perros, y hasta he pensado en adoptar uno, pero por ahora sigo gatero ! lo de los perros me viene en los genes, mi padre cuando aún yo no había nacido llegó a tener 17, me imagino que fuera como un ejército ! Gracias por leer el texto, ha sido como un preámbulo para los post que siguen… un abrazo cordial, cAc.

    RépondreSupprimer
  3. Animales siempre agradecidos. Recuerdo de mi infancia en Cuba que los perros gozaban de libertad para bien y para mal, sin ataduras, entrando y saliendo de las casas a su antojo.

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. Tienes razón José Enrique, no pueden hablar y nos manifiestan su agradecimiento con mil formas de afección, una mirada, un remeneo de rabo, y tu infancia y la mía, vivieron ese mundo canino, errantes o no, pero felices de verse libres y casi seguros de sí, desgraciadamente, el mundo ha cambiado… saludos, cAc.

      Supprimer
  4. Jimena!!! Bien que recuerdo a esa perrita noble!Nos acompanaba en los viajes de ida y regreso. Agradecida porque la llevaban en alguna que otra ocasion al Campismo Arco Iris a darse un chapuzon en las calurosos dias de verano. Te recuerdas?? Un abrazo,

    RépondreSupprimer
  5. Creo que le debias ese homenaje a tus perros, Y Pory como esta?

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. No había leído los comentarios, y acaba de pasar un año, Pori, un gatazo, y yo loco por verlo ! (21 de diciembre 2020)

      Supprimer