lundi 11 mars 2013

Volver atrás y volver…



trás quedan tantos y tantas cosas que es difícil no volver atrás, volver a la sabana seca de humildes inviernos, y esperar otra vez que el tiempo se desplace entre las nubes y nos traiga de vuelta a los caprichos de un invierno indomable, marcado por la arrogancia de vientos polares y dos lecturas diferentes del termómetro. Mientras la vuelta no llega, el cielo nos regalará noches estrelladas con fugas de luceros adolescentes. Escaramuzas gatunas en sus predios de tejas acabadas de reponer, maullidos huyendo del acoso, y otros como baladas quejosas acariciando cuerpos cubiertos de rayas atigradas. Atrás quedó el silencio de los lagartos descubriendo la libertad de pasearse por los muros de la tapia musgosa. Atrás quedó el recuerdo de esa tía penetrando en las entrañas de la tierra, del primo enfermo diciendo adiós para siempre, del amigo desaparecido abruptamente. La sala cerrada envuelta en el olor intenso de los nardos, las azucenas ocupando su puesto en el viejo jarrón de la saleta, una nueva orquídea abriendo cada amanecer y la mata de mangos florecida evitando despeinarse con vientos inesperados. Atrás queda el murmullo de la calle cuando cae la tarde y el cielo del barrio se llena de palomas que van de un palomar a otro, retoman el vuelo y siguen la dirección del silbido que las guía. Los pasos extraviados de una madrugada fría, y el concierto de pregones de los panaderos ambulantes. Quedan tantos en esa porción de tierra urbanizada, y tantas cosas importantes olvidadas en el apuro de volver! Y aún el volver no ha comenzado y ya se piensa en el retorno, para leer esa novela que no quieres llevarla contigo, porque su lugar es aquel, en un librero de la casa, la casa con pinturas desconchadas y la humedad haciendo valer sus poderes que vienen del subsuelo, de la roca impenetrable que fuera lecho del Marmolejo. Atrás quedan todavía algunos amigos, morosos para hacer visitas, pero siempre amigos; queda un pétalo de la flor, y en una espiga, un ramillete de botones. El comedor huele a guayabas maduras, amarillea la fruta bomba y en el viandero seguramente alguna malanga quedó olvidada. Pocas cosas se engarzan al olvido, y me vuelvo con la mirada puesta en el tejado. Neko y Yuki siguen allí, casi en el borde, esperando su ración de claria. Sobre una silla, Misa contempla el rayo de sol que penetra por una rendija del techo. Sobre mis botas, Corbata acomodada se siente dueña de un tiempo que será todo de ella. Las dos saben que las maletas ya están hechas. Dejamos el fondo de la casa, que es el primer atrás que dejamos, y un minuto después, todo queda atrás, tantos y tantas cosas, la casa, la calle, el barrio, la ciudad, y la isla medio alumbrada, abajo, atrás, atrás hasta otra vuelta por tantos y tantas cosas. ©cAc-2013

2 commentaires:

  1. Carlos, qué deliciosas entradas, cuanto amor en esas letras sacadas del alma. He visto lo que deseas hacer ver y sentir. Me son cercanos los dos estados de ánimo, remembranzas afines. Me alegra también verte regresar al blog. Un fuerte abrazo, amigo.

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  2. Gracias Andrés. Estos volveres y estos regresos los hago siempre acompañado de mis amigos, para quienes guardo abrazos y pláticas extensas si el encuentro se hace realidad. Buena suerte a ti, a ustedes, y sigue regalándonos tu poesía grácil y sólida, que cuando te leemos, sentimos tu voz pausada, haciendo volar tu escritura. Otro abrazo, cAc

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