trás quedan
tantos y tantas cosas que es difícil no volver atrás, volver a la sabana seca
de humildes inviernos, y esperar otra vez que el tiempo se desplace entre las
nubes y nos traiga de vuelta a los caprichos de un invierno indomable, marcado
por la arrogancia de vientos polares y dos lecturas diferentes del termómetro.
Mientras la vuelta no llega, el cielo nos regalará noches estrelladas con fugas
de luceros adolescentes. Escaramuzas gatunas en sus predios de tejas acabadas
de reponer, maullidos huyendo del acoso, y otros como baladas quejosas
acariciando cuerpos cubiertos de rayas atigradas. Atrás quedó el silencio de
los lagartos descubriendo la libertad de pasearse por los muros de la tapia
musgosa. Atrás quedó el recuerdo de esa tía penetrando en las entrañas de la
tierra, del primo enfermo diciendo adiós para siempre, del amigo desaparecido
abruptamente. La sala cerrada envuelta en el olor intenso de los nardos, las
azucenas ocupando su puesto en el viejo jarrón de la saleta, una nueva orquídea
abriendo cada amanecer y la mata de mangos florecida evitando despeinarse con
vientos inesperados. Atrás queda el murmullo de la calle cuando cae la tarde y
el cielo del barrio se llena de palomas que van de un palomar a otro, retoman
el vuelo y siguen la dirección del silbido que las guía. Los pasos extraviados
de una madrugada fría, y el concierto de pregones de los panaderos ambulantes.
Quedan tantos en esa porción de tierra urbanizada, y tantas cosas importantes
olvidadas en el apuro de volver! Y aún el volver no ha comenzado y ya se piensa
en el retorno, para leer esa novela que no quieres llevarla contigo, porque su
lugar es aquel, en un librero de la casa, la casa con pinturas desconchadas y
la humedad haciendo valer sus poderes que vienen del subsuelo, de la roca
impenetrable que fuera lecho del Marmolejo. Atrás quedan todavía algunos
amigos, morosos para hacer visitas, pero siempre amigos; queda un pétalo de la
flor, y en una espiga, un ramillete de botones. El comedor huele a guayabas
maduras, amarillea la fruta bomba y en el viandero seguramente alguna malanga
quedó olvidada. Pocas cosas se engarzan al olvido, y me vuelvo con la mirada
puesta en el tejado. Neko y Yuki siguen allí, casi en el borde, esperando su ración
de claria. Sobre una silla, Misa contempla el rayo de sol que penetra por una
rendija del techo. Sobre mis botas, Corbata acomodada se siente dueña de un
tiempo que será todo de ella. Las dos saben que las maletas ya están hechas.
Dejamos el fondo de la casa, que es el primer atrás que dejamos, y un minuto
después, todo queda atrás, tantos y tantas cosas, la casa, la calle, el barrio,
la ciudad, y la isla medio alumbrada, abajo, atrás, atrás hasta otra vuelta por
tantos y tantas cosas. ©cAc-2013
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
Carlos, qué deliciosas entradas, cuanto amor en esas letras sacadas del alma. He visto lo que deseas hacer ver y sentir. Me son cercanos los dos estados de ánimo, remembranzas afines. Me alegra también verte regresar al blog. Un fuerte abrazo, amigo.
RépondreSupprimerGracias Andrés. Estos volveres y estos regresos los hago siempre acompañado de mis amigos, para quienes guardo abrazos y pláticas extensas si el encuentro se hace realidad. Buena suerte a ti, a ustedes, y sigue regalándonos tu poesía grácil y sólida, que cuando te leemos, sentimos tu voz pausada, haciendo volar tu escritura. Otro abrazo, cAc
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