Los « amarillos », como les dicen popularmente los cubanos, son los encargados de parar a los carros estatales, en las salidas de pueblos y ciudades, y ver si tienen capacidad para montar pasajeros. Lo del apelativo les viene por el color del uniforme de estos empleados públicos, de amarillo de ocre subido. El camión Ford rojo ya venía con pasajeros en su cama, y se detuvo antes del “punto de recogida” para montar a un grupo de personas. La “amarilla” se escandalizó porque esa “maniobra” el chofer no la podía hacer, lo detuvo rezongando, le “haló las orejas” y le dijo “tengo público” así que ten calma…, cobró mientras recogía el ticket que había entregado un rato antes y ni lento ni perezoso, entregué el papelito, pagué, ayudé a subir a dos señoras y luego me encaramé yo escalando por la rueda y la baranda hasta caer como un trueno en el ya colmado espacio. El aire de la carretera me hizo bien, y me retuve de sacar la cámara para fotografiar hermosos grupos de palmeras y el lomerío en lontananza. Los nueve kilómetros entre San Juan y Ranchuelo me parecieron una eternidad, tiempo en el que no pude abstraerme de la mini-pesadilla que acababa de pasar. Ya todo pasó, me dije, donde el camión me deje, busco la manera de llegar a la terminal o al “punto de recogida”, que en Ranchuelo están a proximidad. Puestos los pies en tierra, avancé en dirección a la alameda sombreada que es el prado ranchuelero. Una foto, dos, tres, cuatro, cinco, y al término de la sexta, un hombre me interpela, me muestra un carné y me dice de acompañarlo. Hay algún problema?, le pregunto, y me dice que ya hablaremos en la “unidad”. Hombre grande y fornido, vestido de civil. Caminamos menos de doscientos metros y entramos a la “unidad”, por una calle lateral. Me invitó a pasar a una oficina, salió y vino acompañado por un colega, también vestido de civil. Esto no es la policía, es la seguridad del Estado, pensé, y se me pararon los pelos de punta, y de la misma manera volvieron a la normalidad porque a qué le iba a temer si no estaba haciendo nada malo? Claro, la interpelación era consecuencia y secuencia del mal encontronazo con la celosa instructora del partido en San Juan. Me pidieron la identificación, y aunque llevaba mi pasaporte francés, solamente entregué el pasaporte cubano. Me volvieron a dejar solo en aquello que era una oficina llena de expedientes, papeles y documentos, y no una celda. Al volver ya venían sabiendo quién yo era y desde cuando estaba en la Isla, amén de otras informaciones en rapport a mi familia y persona. De mi boca sabían que estaba cuidando a mi padre enfermo, que me alojaba en su casa, y que en los tiempos en que el cuido me lo permitía, hacía fotos y escribía. Y por qué San Juan? Estaban convencidos pero querían hurgar, y como tampoco yo tenía nada que ocultar, les hablé de Cruces, de Potrerillo, de mis abuelos y de la guerra del 95’. Deben haber pensado que yo estaba medio chiflado. Lo vamos a dejar que siga para casa de su papá, me dijeron cortésmente, como lo habían sido y lo fueron hasta que salí a la calle, -la verificación realizada negativa, (en ese momento, confieso que hasta se disculparon) pero, tenemos que actuar así, (me entregaron el pasaporte, -uff, respiré!) porque el enemigo está allí enfrente, a noventa millas, y quieren destruir el proceso, y quieren, y quieren, y le pagan a disidentes y gentes que no saben el trabajo hermoso que ha hecho la Revolución, y hoy estamos a diez de diciembre, y cuando usted estaba retratando en San Juan, se puso en marcha el SUV(*), porque de esa gente puede esperarse cualquier cosa… Bueno, bueno, le dijo la mula al freno, el tiempo pasaba y yo lo que quería era volver a Santa Clara para contarle a mi padre aquello que me acababa de pasar. Usted tiene una página en Internet?, me preguntó el oficial más joven, y también me pidió le escribiera mi correo electrónico y la dirección de mi domicilio en Francia; y mientras escribía les dije, -no se asusten ni aprieten el botón del SUV cuando me vean haciendo fotos en Ranchuelo, que tengo vivo interés en pasearme por el pueblo y fotografiar. Cuando vaya a venir, llame a este número para estar informados, me dijo. Me dieron la mano, me acompañaron a la puerta y me dijeron por donde debía irme para encontrar la carretera a Santa Clara. Yo hice como el perro que tumbó la lata, y a paso rápido y sin mirar atrás, busqué la carretera en dirección a la ciudad del Bélico. ©cAc
(*)Sistema Único de Vigilancia
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