mercredi 9 février 2011

La quietud urbana de Corralillo


Como es habitual cuando voy a la isla, me doy una escapada o dos si las condiciones son propicias a la costa norte villaclareña, donde antes estuvieran asentados en el borde de la costa, dos pueblitos de pescadores, que a su vez eran tranquilos balnearios en los que tenían casa, familias de Santa Clara, Sagua y hasta de algunos pueblos matanceros como Colón y Perico. Pero no es de esas dos playas, Ganuza y El Salto, que me son familiares, que haré algún comentario. En el mes de octubre, -época que no es de bañarse en el mar para los cubanos, fui a esas playas y para almorzar, -era imposible hacerlo en los ranchones del lugar-, nos fuimos a Corralillo en busca de un sitio, ya fuera restaurant, cafetería o paladar. Un sol matizado de otoño veraniego y un cielo azul abanicado por extensos cirros del lado del mar. Aparcamos el viejo chevrolet casi sexagenario y preguntamos donde podíamos encontrar un sitio para almorzar. A escoger pues, entre la pizzería y el restaurant. Nos decidimos por el segundo, y a ruego, -viendo que llevábamos dos niños, nos dijeron que sí, que iban a atendernos. No logro saber cuál es la razón por la que en la isla los servicios son tan malos. El menú de la carta, una incertidumbre. Los precios no eran un regalo. En un núcleo urbano, pero salpicado de ruralidad, un restaurante que no puede ofrecer aquello del terruño. Luego nos dimos cuenta que el restaurante lo es más de nombre que de categoría. Las dependientas gentiles fueron ágiles y trataron de ayudarnos. Pero la comida estaba casi fría, y ellas no tuvieron otra respuesta que encogerse de hombros. Ay Corralillo, qué vergüenza!
Terminado “el almuerzo”, nos fuimos al parque, que a la memoria del hijo ilustre, fue nombrado Parque Leoncio Vidal y le fue erigido un sencillo monumento. En la plaza también fue erigido, en 1946, un busto a José Martí. Las farolas y los bancos del parque son un híbrido de antes y de ahora, aunque quedan par de bancos de cemento y granito de la época en que fue construido el monumento a Martí. No falta la palma real y para pasar el bochorno de la tarde, un coposo framboyán. La iglesia parroquial de Corralillo ocupa una parcela de la manzana en que está situado el parque. Es de planta a nave única, con techo a dos aguas y cubierto de tejas criollas. La nave presume de un viejo techo artesonado con maderas de la región. La torre campanario de techo piramidal fue construida años más tarde, adosada a la pared frontal de la nave. La base semeja un soportal con tres entradas en arco, a los que se accede por seis marchas de escalones. Los dos arcos laterales fueron condenados por sendas jardineras y una protección en hierro forjado. La puerta principal al soportal también fue realizada en hierro forjado. Nueve “ojos de buey” pueden apreciarse, dos situados en la pared de la nave y seis en la torre que servirán para aclarar la subida al campanario. Uno no lo será, pues si bien parece una claraboya, fue acondicionado como urna y en la cual puede verse una estatuilla del patrón del pueblo. Alrededor del parque, casas de portalón, de alto caballete y tejas criollas, casas coloniales reconstruidas en la primera mitad del XX, casi todas rehabilitadas con pérdida de sus valores de estilo. Pasada la digestión, volvimos a la costa, apenas a seis kilómetros del pueblo. ©cAc


©cAc-2010

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