mardi 14 septembre 2010

Sada, Galicia


En La Coruña estaba haciendo un tiempo formidable, y ante la propuesta de irnos a la playa, la respuesta de irnos cuanto antes no se hizo esperar. Dirección: Sada. Un castro gallego a unos quince kilómetros de la ciudad, y aunque tiene ayuntamiento y jurisdicción propia, hace parte, junto con otras poblaciones, de la aglomeración coruñesa. Aparcamos en las alturas de Sada, en lo que debió haber sido un acantilado hoy urbanizado. Nos adentramos en estrechas y viejas callejuelas que nos llevaron al borde del farallón, desde el cual se divisa la ría y todo el puerto con su dársena. Para llegar a la cala, abrigada por brazos rocosos, bajamos el acantilado por una escalera casi natural. Y aclaro, no es esta la playa grande de Sada, ubicada en el centro y ajardinada, no. La cala-playa a la que llegábamos es una especie de refugio familiar, en el que encontramos a una parte de sus miembros, como nosotros, deseosos de seguir disfrutando del buen tiempo a mitad de septiembre. La familia de marras, a la que mis amigos están liados por amistad, nos recibieron con esa cordialidad gallega que vale un potosí y hasta nos abrieron las puertas de su casa de verano, en lo alto del risco, por donde habíamos llegados. Como nunca miento santo, sin dar nombres, les envío desde esta bitácora, un saludo fraternal y el agradecimiento por las gentilezas. Después del baño de mar, que el sol no había logrado calentar, nos fuimos a una terraza del centro para “comer” (yo sigo encaprichado que para “almorzar”!) y allí, sentados en “El corazón de Viena” y frente a un espectacular inmueble trasladado a Sada en los años veinte, y ubicado en su paseo frente al mar, devoramos con fuerza nuestros platos, quizás porque los 17° de temperatura del mar nos habían abierto el apetito… ©cAc

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