samedi 27 février 2010

Puerto del Rosario



La capital de Fuerteventura recibe toda la brisa que graciosamente le ofrece el Atlántico, y se guarece de vientos y calimas al amparo del macizo rocoso que la circunda. Gamón, Zurita y Tetir se alzan detrás de la ciudad y frenan el avance urbano. El ensanche ha seguido la línea de la costa hacia el sur y menos hacia el norte. Los barrancos se han encargado de mediar en la expansión urbana. La urbanización fue lenta y fue el resultado de una economía precaria, luego impulsada por el comercio de la barrilla. Las cabras pastaban en los barranquillos, ricos en manantiales de agua dulce. Los ganaderos de Tetir, de Tesjuates y de La Asomada instalaron sus corrales en las ondulaciones menos salvajes, luego los pescadores levantaron casitas y chozas y una isleña emprendedora abrió una taberna en una casa de piedras para calmar la sed de pastores y marineros. Así nació Puerto Cabras, que fue el nombre original del asentamiento hasta 1956, cuando para venerar a su patrona, que desde 1806 tiene altar en el pueblo, fue rebautizado Puerto del Rosario. Apenas me aventuré a entrar en la ciudad, inmersa en sus fiestas carnavaleras. La aventura urbana se detuvo en uno de sus barrios que se ha expandido al oeste, Fabelo, un barrio cuyas calles tienen nombres de ciudades y regiones de la península. Calles bien trazadas, amplias, apenas con parcelas libres para construir. La ciudad no escapó al boom inmobiliario desatado por la voracidad especulativa de los inversores. Una media mañana amistosa con toque familiar nos llevó a Fabelo y discurrió entre memoria, olvido y nostalgias de un pasado reciente que nos une como viejos colegas. El segundo encuentro en la isla con el filósofo y poeta Andrés Diaz-Castro, transcurrió alrededor de un convivial desayuno preparado por la Reina de la casa. Fue la mejor visita a Puerto del Rosario, y se lo agradecemos. ©cAc

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