Del otro lado de la roca, negra y gigante, Las Playitas, blanca y empinada, mostrando sus casas colgadas de la pendiente. Los vecinos conversan alrededor de una barca, seguramente de alguno de ellos, pescadores todos. Volvemos a la cinta alquitranada, obra de ingeniería que se convertirá en parte del proyecto vial Norte-Sur para dinamizar el tiempo de circulación entre las islas. La modernidad del eje vial no me convence. El hombre sigue robando espacio a la naturaleza. Dos puntas limitan La Lajita: la Punta Paloma y la Punta Culo de la Botija. Bordeamos toda la costa y a partir de la Punta de los Molinillos, comienza el monstruo urbano conocido como Costa Calma. También allí comienza El Jable, justo donde la isla se achica y el tramo de costa a costa se convierte en el Istmo de la Pared. Nos detenemos para almorzar, a la sombra de un pinar. Desde el lugar, alto con respecto a la costa, el mar se extiende y nunca termina; la franja costera es pura arena y un nombre de viento le da crédito, Playa Sotavento. El almuerzo es casero. La cocinera es Reina en la cocina y puede ufanarse por lo que ha preparado. Majorera ella, pero cubanísimo el arroz congrí y la carne asada. Nos deleitamos, comiendo lo de la isla en otra isla. A dos pasos del mar, sentados sobre los piñones y las espinas, conversando y recordando, escuchando a mi amigo Andrés que es artesano de la palabra y conversador aguerrido. La digestión en el Morro Jable. Butihondo Matorral, su playa, también del Matorral, donde se levanta el faro. Allí no termina Jandía. La península, un brazo de tierra con elevaciones entre 400 y 800 metros, es un parque natural coronado por el monte del mismo nombre, franjas costeras mitad arena playera mitad dunera, con salientes rocosos y puntas ásperas con nombres inverosímiles. Dos extensas playas, de Cofete y Barlovento, se alinean por la costa norte. Y el café y la Yerba Luisa, sentados en Tuineje, haciendo conclusiones, evocando el congrí, haciendo proyectos y mirando el mapa, garabateado en todas las direcciones. ©cAc
dimanche 28 février 2010
De Antigua a Morro Jable
Alba negriazul en Las Majadillas
©cAc
Plata ceniza y negro matinal para un alba luctuosa. Azul agrisado, cielo algodonado y una claridad blanca imprecisa. El alba se viste tristeza, el rojo sangre se ha escapado con la luna, o el viento a confiscado los pinceles al cielo. Las nostalgias tienden a ser negras y oscurecer los recuerdos. Nuestro amanecer es una pintura natural, y negro también lo conservaremos en la memoria. ©cAc
samedi 27 février 2010
Campeando por Las Majadillas
Betancuria
Regresamos a la Casa de la Burra pasando por Tetir. La lluvia anunciada mojó tímidamente el paisaje agreste en las inmediaciones de La Matilla. La carretera circunda el monte llamado Aceitunal y lo vamos viendo durante toda la ruta hasta la misma entrada de Llanos. El mal dormir por la noche ventosa impuso una siesta sin acordar límites al reposo necesario. Un reposo alterado por la idea de dar un salto a Betancuria. Y comenzó el ascenso zigzagueante que nos condujo al Morro de la Cruz. Ligera llovizna, perversa, capaz de romper el encanto señorial del asentamiento que escogió el conquistador de la isla, apenas comenzado el siglo XV. La iglesia, catedral por mandato papal desde 1424, es la joya del pueblo, y visita obligada para admirar su interior cuya decoración me recordó la parroquial mayor de San Juan de los Remedios. Cromos, retablos y hermoso altar, y un techo mudéjar en la sacristía, que corta la respiración y nos hace regresar otra vez, antes de quitar el edificio religioso, por su puerta de dintel labrado, salido de las manos de una bordadora. ©cAc
Puerto del Rosario
Tintes rojiazules en Las Majadillas
El viento sopló con fuerza toda la noche. Gemía y violentaba las contraventanas. Sacudía los muros y enviaba signos de guerra por entre las hendijas imaginarias del antiguo establo. Arañas corriendo a guarecerse del vendaval, lagartos estáticos disfrutando del pánico que crea un viento huracanado en medio de un paraje elegido como refugio y reposo. El viento agita los espíritus y crea una suerte de incertidumbre mientras dura la noche. Con las primeras luces del alba, vuelve la calma, y nace un día ideal para pintarlo en la memoria. ©cAc