Mientras corría el otoño, ya abrigados, y acatarrados, pensar en el invierno que se avecinaba nos hacía soñar, y ya nos veíamos poniendo al abrigo un poco de leños para en la primera ocasión encender la chimenea. Y así fue, que llegó el invierno, el oficial, el que todos esperamos, tres días antes de la Nochebuena. Y sin poner reparos, se instaló entre nosotros, callado, tímido, esperando que pasaran unos días para volver a coger fuerza y blanquear los espíritus. Y de tal manera, que muchos no tuvieron el tiempo para hacer las maletas y dejar el sur antes de que la nieve subiera como la espuma. Otros lo hicieron, y descubrieron que ya nevaba en Paris cuando el gusano metálico contuvo su impulso en un andén de la Gare de Lyon. Pero la nieve caída en Paris fue mezquina, aunque obligó a ponerse zapatos adecuados para la ocasión, orejeras, bufandas, guantes y sombrero, no tuvo el encanto de la que cayó en el sur y asustó a la gente que se encuevó en sus casas, porque apenas podía darse un paso afuera. Las calles desiertas, los techos envueltos en la blancura natural de la copiosa nieve, y las chimeneas humeando, eran una acuarela pintada en plena Epifanía. Los camellos no encontraron el camino, y los tres Reyes Magos decidieron no venir a mi casa con los fardos llenos de recuerdos de antaño. El seis ya nevaba, y nos regalamos un día de cuentos y bebidas calientes alrededor de la chimenea.
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
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*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
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