Años después de la caída en desgracia del álamo blanco,
cuando del gigante a dos troncos solo quedaba el pie desnudo, comenzaron a
llegar aquellos terrícolas que vieron en las galerías subterráneas,
verdaderaros laberintos donde refugiarse. Con los grandes soles de julio, una
familia de escarabajos rinocerontes del Egipto, salió toda a la superficie para
airearse. Por una grieta vertical del tronco entraban y salían laboriosas
hormigas dedicadas a hacer las reservas del todavía lejano invierno. El hermoso
hongo abanicado fue creciendo y agarrándose con fuerza a la corteza fragilizada
por algunas lluvias primaverales. A la sombra del hongo, se instaló un
solitario escarabajo cuyo lomo brillaba con reflejos dorados. Entraba y salía a
las entrañas de la tierra sin molestar a nadie. La tarde azulosa de un octubre
poco otoñal, el templo fue desmoronándose hasta quedar reducido a un mosaico
ovalado de madera. Un terremoto humano había hecho trepidar la tierra y a cada
sacudida, alineados batallones de hormigas fueron dejando vacías las galerías.
Ni rastro de los escarabajos rinocerontes. Como ovillos, insensibles a todo,
los gusanos blancos que poco a poco habían cercenado el corazón del álamo,
fueron aplastados por la tierra, lengüetas de hongos interiores y filosas
cortezas. Al instalarse el silencio, el escarabajo dorado fue dejando atrás la
violencia del hombre y como una minúscula tortuga fue buscando un sitio seguro
donde encontrar protección. Brillaba y con el brillo de sus alas, daba a
entender que era un sobreviviente del sismo mecanizado. Quizás volaba, pero
siempre volvía al orificio oscuro abierto a los pies de un ciprés florentino.
Herbívoro el escarabajo dorado, mordisqueaba las hojas de rosa. Regresaba a su
guarida. Una mañana, dejó de pasearse alrededor del pozo. Arrastraba sus seis
patas con una lentitud descomunal. Dejó el recodo donde crece el bambú
tailandés y siguió caminando en dirección desconocida. Atravesó imaginarias
tierras y arenales. Esperó el crepúsculo para avanzar en dirección a la
higuera. Apetitosas hojas para un escarabajo solitario. Volvió a desaparecer.
Debe andar ya lejos, llevando a cuestas el peso de su éxodo a otras tierras
provenzales. ©cAc-2020
Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.
-
*Obelisco a Juan de Conyedo y a Hurtado de Mendoza.*
Primero fue Conyedo[1], y luego Hurtado de Mendoza[2]. Dos hombres que
inspiraron la conducta que sigu...
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire