jeudi 19 novembre 2020

El éxodo del escarabajo dorado

Años después de la caída en desgracia del álamo blanco, cuando del gigante a dos troncos solo quedaba el pie desnudo, comenzaron a llegar aquellos terrícolas que vieron en las galerías subterráneas, verdaderaros laberintos donde refugiarse. Con los grandes soles de julio, una familia de escarabajos rinocerontes del Egipto, salió toda a la superficie para airearse. Por una grieta vertical del tronco entraban y salían laboriosas hormigas dedicadas a hacer las reservas del todavía lejano invierno. El hermoso hongo abanicado fue creciendo y agarrándose con fuerza a la corteza fragilizada por algunas lluvias primaverales. A la sombra del hongo, se instaló un solitario escarabajo cuyo lomo brillaba con reflejos dorados. Entraba y salía a las entrañas de la tierra sin molestar a nadie. La tarde azulosa de un octubre poco otoñal, el templo fue desmoronándose hasta quedar reducido a un mosaico ovalado de madera. Un terremoto humano había hecho trepidar la tierra y a cada sacudida, alineados batallones de hormigas fueron dejando vacías las galerías. Ni rastro de los escarabajos rinocerontes. Como ovillos, insensibles a todo, los gusanos blancos que poco a poco habían cercenado el corazón del álamo, fueron aplastados por la tierra, lengüetas de hongos interiores y filosas cortezas. Al instalarse el silencio, el escarabajo dorado fue dejando atrás la violencia del hombre y como una minúscula tortuga fue buscando un sitio seguro donde encontrar protección. Brillaba y con el brillo de sus alas, daba a entender que era un sobreviviente del sismo mecanizado. Quizás volaba, pero siempre volvía al orificio oscuro abierto a los pies de un ciprés florentino. Herbívoro el escarabajo dorado, mordisqueaba las hojas de rosa. Regresaba a su guarida. Una mañana, dejó de pasearse alrededor del pozo. Arrastraba sus seis patas con una lentitud descomunal. Dejó el recodo donde crece el bambú tailandés y siguió caminando en dirección desconocida. Atravesó imaginarias tierras y arenales. Esperó el crepúsculo para avanzar en dirección a la higuera. Apetitosas hojas para un escarabajo solitario. Volvió a desaparecer. Debe andar ya lejos, llevando a cuestas el peso de su éxodo a otras tierras provenzales. ©cAc-2020

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