dimanche 16 mai 2010

La brusquedad del alba (Ajami)

Ajami, heterogénea, como los rostros que desfilan en sus historias. Triste barrio donde la cohabitación judía-árabe se ahoga, estrangulada por las manos de sus propios habitantes. Tragedias sin fin, que avivan odios y son fuente de otras tragedias. Impotencia de unos y otros, culpa de nadie y culpa de todos, incapaces de revisitar sus odios y convertirlos, si no en amor, al menos en aceptación del prójimo. La religión, en buena medida, fuente de los disgustos, de las incomprensiones. Sin pasar por alto, el matiz político, el matiz asesino, el matiz de la mentira y el saberse engañados. Me levanté de la luneta con el corazón oprimido. Vacío, intenté no pensar en el filme y mirar atrás. Pensé en lo poco que sabemos de la cruel realidad de Ajami y otros Ajami. Una lluvia pertinaz me caló hasta los huesos. La lluvia y yo, una relación de amor extraña y complaciente. Entré a casa caminando y el agua me chorreaba, a fuerza de ser blanco de sus gotas. Ajami, un curso de historia por siete euros cincuenta. Y pensé en la época en que me devanaba los sesos para terminar mi tesina “Intifada. El conflicto arabo-israelí-palestino” con las cual defendí mi licenciatura en educación (Historia y Ciencias Sociales) en el ISP Varona de La Habana. Y pensé en aquellos muchachos palestinos que estudiaban medicina en Santa Clara, y en aquella muchacha de mi barrio que enamorada, siguió a su palestino y nunca más se tuvo noticias de ella. También pensé en la comunidad judía de mi ciudad, y de su cementerio, llamado de los sirios. Los días han pasado desde que descubrí las miserias humanas de Ajami. Hoy fui al encuentro de otro amigo, judío israelita, y le hablé del filme. Y quedamos en que lo veremos juntos. ©cAc

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