mercredi 9 décembre 2009

Los graffitis

Siempre he apreciado el arte de hacer tags o graffitis. Pero no aquellos que rayan con el vandalismo. Los graffitis, si remontamos la historia, ya eran notables en la Grecia antigua y en el imperio romano. El graffiti puede expresar innumerables sentimientos y estados de ánimo de sus hacedores, es contestatario y adquiere importancia cuando se quiere expresar resentimiento hacia las autoridades. Es imaginación fina y delicada promesa, es atrayente, es todo cuando como arte sabe incorporarse en su medio. Pero es repugnante cuando se convierte en rebeldía estúpida, y por ende, en arte cobarde, porque en lugar de manifestar un desagravio, causan un desagravio cuando son insertados en espacios que son de todos, o en el mobiliario público. Es cuando el tag o graffiti se desarropa de arte y la noción de vandalismo adquiere cuerpo. Si repugnante es ver marcas de graffitis sobre los muros de una propiedad, a veces sobre puertas de inmuebles recién renovados, o comercios acabados de inaugurar, repugnante es ver los mapas informativos de las ciudades –Paris, como otras grandes metrópolis sufre este flagelo-, y los mapas de las estaciones del metro, heridos por marcadores cual sables modernos. No es raro ver esta marca de “zorro grafista” sobre los mapas en las paradas de autobuses de Paris, que no pensó nunca que su arte en lugar de ser admirado, empujaba al desprecio y la burla. La pareja de ancianos, incapaz de leer el mapa, se miró sorprendida, hizo una mueca, y siguió su camino. El mapa no servía para nada. ©cAc.

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