Un amigo,
hermano de otro viejo amigo, escritores de verdad, dice que me hace trampas
cuando me recuerda que Lutecia es todavía una fiesta mientras acompañados de
Juana, isla y mujer, cruzamos el Sena y curioseamos en los anaqueles de los bouquinistes.
La misma Lutecia que nos viera charlar, mucho, muchísimo, tratando de cambiar
el rumbo de las cosas y el planeta, a dos muchachos salidos de tierras donde el
candomblé y la santería, unen y desunen. Truffaut, -el cineasta, fue punta de
lanza en la cinematografía gala, pero la calle parisina fue vital como refugio
mío y de los amigos que alguna vez o muchas veces tocaron a la puerta. Lutecia,
Truffaut. Paris, la Lutecia que abrazara a la patricia pilonga y la viera
descansar en el sepulcro de Montmartre. Santa Clara. La ciudad de Marta, con su
teatro que es de todos, caridad que fuera para unos, Caridad que sigue siendo,
alzado en ese que fuera terreno de sanos y enfermos, de hábitos como sombras
escurridas bajo la bóveda maderada de la ermita. Santa Clara, aquella de anas, óscares
y josés, de apellidos peninsulares, mediterráneos, armenios, chinos y judíos,
sano engranaje que dio vida al pueblo de plaza y parque, con sus bancos rojos,
-ahora en el recuerdo, aquellos bancos que escucharon amores, quejas, sueños e
ilusiones, que verdearon con el viento y la lluvia, y siguen escuchando, o
mejor, se convierten en bancos de paso, de añoranzas virtuales, de jungla, de
infantes domingueros. La calle Alemán se trunca, -quedó truncada para siempre,
y se bordea la Audiencia para sortear el otrora paredón de fusilamiento, para
enrumbar por el austero y triste Paseo, que la Paz no trajo consigo. Al final,
la carretera nace y serpentea el pre-Escambray para llevarnos a Trinidad por
Topes, o por Güinía -mochila al hombro, hablando de gauchos y mate, de guajiros
y tabaco manicaragüense, o bien, entrar en el recuerdo de años adolescentes,
para hacer una pausa en Mártires, que vio tejer amistad, amores, dolores y
sobre saltos, y mi primer cumpleaños, lejos del hogar pero bendecido por mi
madre, que la veo alejarse, sola, después de haberme dado un beso, por el
camino que cruza el Arimao. Vegas de tabaco a uno y otro lado de la carretera,
río, siempre el mismo, el Arimao, y puentes y pueblos que gustan porque siguen
siendo pueblos, de columnas y portales, de gallos kikirekeando y gallinas
escarbando, de guajiros a caballos y mujeres en simple comadreo. Y me recuerdas
el lago, y veo llover mientras nos tomamos un ron en el bar cafetería del
caserío, sin el salto del río -otro río, convertido en hidroeléctrica por
ingenieros norteamericanos. ¿Qué puede ser más fuerte que el recuerdo y la
amistad, la vocación que nació en muchos, o que se perfiló en el andar entre
pasillos comunes, dormitorios con multitud de olores y maestros apenas una
cuarta más grande que nosotros? Un lago, una mochila, una calle, una escuela
que me suena lejos, fría, calurosa, con matices tenebrosos, columnas de
cemento, aún sin terminar, dónde volví a tomar café con leche y mojar el pan
que me tocaba, jugar, escribir, vociferar, pelearme, hacerme grande, hacerme
único, y todo para
terminar amigo, de sanos amigos, de nombres en el recuerdo que sólo visten un
uniforme a dos tonos de azules. Mercedes, que era mi abuela, y la Sosa, la otra
Mercedes, que dio gracias a la vida y que me hace a mi también, cumplir con la
gratitud de viajero, viajero empedernido, -deben haber comprendido, y que tuvo
la suerte de galopar temprano, cuando los Balcanes sentían la rosa, Mittel-Europa
todavía era sepia y gris sovietizada y Barajas era un minúsculo aeropuerto,
justo un año antes de la desaparición del franquismo. ©cAc-2018
Lomas, cuestas y declives (Santa Clara)
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Mientras escribía los textos de *Un barrio, una iglesia, un parque*, que
serán publicados poco a poco en el blog www.santaclarabycac.blogspot.com no
pud...
Bella crónica, Carly!!!!
RépondreSupprimerGracias Melba, me salió del alma, bien profundo, y todo de un golpe, después de leer lo que algunos, desempolvados de timidez, se atrevieron a escribir, para recordar, o quizás, para saltar alguna vez, como tú bien dices, los estereotipos. Un fuerte abrazo, cAc.
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