samedi 22 octobre 2016

Islas y letras, diseminadas…

Confieso que no he dejado de escribir. Y no podría dejar de hacerlo, porque darle vueltas a un lápiz o teclear es como ayudarme a bombear sangre y oxígeno por el intrincado laberinto de venas. Ríos amables que no entorpecen la fluidez de mis pensamientos. Los pensamientos van y vienen, y me empujan a lanzarme a aguas de otras islas. Islas todas, alejadas de mi cuartel general, pero accesibles, y siempre inimaginables, desconcertantes, terrenalmente espirituales y largamente familiares. Vuelvo a mis andares retozando sobre el rofe y la lava, caminando por enrevesadas callejuelas que al anochecer dejan escurrir la sombra a medio paso de geishas apuradas, el shamisen bajo el brazo. Acantilados y montañas, cráteres vacíos esperando el salto desde el borde, templos que dejan correr diáfanas aguas por estrechas cañerías de bambú, y cementerios umbrosos donde nace el musgo y la calma agrieta los corazones. Sopla la brisa, y el viento, y la calima y el aleteo de una libélula dibuja adioses inesperados. Entonces pienso en ti, mi vieja isla, mi cuna bañada por la luna, acariciada por el sol, y me desenfreno corriendo por la más desamparada pared del risco. ©cAc-2016


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