Invierno, dicen que suave y sin heladas lacerantes. Invierno en tropel, a
mi llegada al valle. Gigante valle con su vena acuosa humectando el aire. Aire
tibio, sol permanente, hojas secas esperando el momento de la quema, hojas
aplastadas por ciertas lluvias, recalcitrantes vientos, y vencidas por el peso
del olvido. Meses de abandono, de soledad desabrigada, de silencio caprichoso.
Las ramas queriendo modelar formas cercanas a piernas de bailarinas escuálidas.
Los troncos maquillados de viejo musgo que fuera verde que es verde medio gris
medio incoloro. Semana sin viento, sin prisa detrás de las hojas, camufladas de
alegría, contentas de haber llegado al final, o casi al final de la estación,
secas, trepidantes, sedientas…
Invierno con sol, con atardeceres rojizos detrás de los montes que esconden
el pueblito. Violetas y pissenlits cubriendo el jardín con apetito. Verdes las
hojas elegantes de las hortensias y verdes las agujas de pinos y cipreses. Las
sombras inmóviles durante la ausencia de viento, ahora alocadas confundidas
desmemoriadas. El marco deformado por la sombra se hace bandera, yo le doy
colores y cabalgo sobre la lava en algún lugar de Islandia. Sigo el hilo de la
sombra y mis ojos se posan afuera. Sobre una rama del abedul, una tórtola viuda
desafía al viento que ulula sin reparos.
Invierno esperando morir, con amaneceres azulados alzándose por un costado
del Mont Ventoux. Calvo, encanecido, el monte no teme al viento, y como la
tórtola, lo desafía, le riñe, se deja abrazar y luego lo despide, como a un
amigo que conoce, viejo andante por esos lares. El patio pierde la calma, las
margaritas enfrentan una ráfaga del viento, se pliegan, danzan y besan el suelo.
Jacinto púrpura y rosa viejo. A un lado y otro del patio, separados por una
lengua de césped carcomido. Cuarenta inviernos soportó el decano de los
cipreses. Cadáver marrón espinoso vomitando un último aliento de vida vegetal.
Adiós ciprés. Patio en duelo, abatido por el tiempo. El viento arrecia. La
hiedra se afana a comer proteger vivir sobre un tronco grueso. El viento no
hace la guerra a la hiedra. Gritan dos urracas y despiertan a la familia de
ardillas refugiadas en el tronco ahuecado, al fondo, donde nadie va, donde no
molesta el viento. El viento cesa. Cuestión de minutos, de vida y muerte.
Soplará hasta mañana, y luego vendrá la calma, hasta el retorno. ©cAc-2014
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