lundi 17 mars 2014

Avatares de un patio provenzal (VI)

Invierno, dicen que suave y sin heladas lacerantes. Invierno en tropel, a mi llegada al valle. Gigante valle con su vena acuosa humectando el aire. Aire tibio, sol permanente, hojas secas esperando el momento de la quema, hojas aplastadas por ciertas lluvias, recalcitrantes vientos, y vencidas por el peso del olvido. Meses de abandono, de soledad desabrigada, de silencio caprichoso. Las ramas queriendo modelar formas cercanas a piernas de bailarinas escuálidas. Los troncos maquillados de viejo musgo que fuera verde que es verde medio gris medio incoloro. Semana sin viento, sin prisa detrás de las hojas, camufladas de alegría, contentas de haber llegado al final, o casi al final de la estación, secas, trepidantes, sedientas…
Invierno con sol, con atardeceres rojizos detrás de los montes que esconden el pueblito. Violetas y pissenlits cubriendo el jardín con apetito. Verdes las hojas elegantes de las hortensias y verdes las agujas de pinos y cipreses. Las sombras inmóviles durante la ausencia de viento, ahora alocadas confundidas desmemoriadas. El marco deformado por la sombra se hace bandera, yo le doy colores y cabalgo sobre la lava en algún lugar de Islandia. Sigo el hilo de la sombra y mis ojos se posan afuera. Sobre una rama del abedul, una tórtola viuda desafía al viento que ulula sin reparos.

Invierno esperando morir, con amaneceres azulados alzándose por un costado del Mont Ventoux. Calvo, encanecido, el monte no teme al viento, y como la tórtola, lo desafía, le riñe, se deja abrazar y luego lo despide, como a un amigo que conoce, viejo andante por esos lares. El patio pierde la calma, las margaritas enfrentan una ráfaga del viento, se pliegan, danzan y besan el suelo. Jacinto púrpura y rosa viejo. A un lado y otro del patio, separados por una lengua de césped carcomido. Cuarenta inviernos soportó el decano de los cipreses. Cadáver marrón espinoso vomitando un último aliento de vida vegetal. Adiós ciprés. Patio en duelo, abatido por el tiempo. El viento arrecia. La hiedra se afana a comer proteger vivir sobre un tronco grueso. El viento no hace la guerra a la hiedra. Gritan dos urracas y despiertan a la familia de ardillas refugiadas en el tronco ahuecado, al fondo, donde nadie va, donde no molesta el viento. El viento cesa. Cuestión de minutos, de vida y muerte. Soplará hasta mañana, y luego vendrá la calma, hasta el retorno. ©cAc-2014

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