lundi 11 mars 2013

Adieu, panthère…


Haciendo camino y atravesando pueblitos y sembrados, fue que comencé a prestar atención a esas vidas de gatos y gatas que como nosotros, comparten tierra y aire en el mismo planeta. Irracionales, pero no extraterrestres. Cariñosos, pero no sumisos a un chiflido ni a un correazo. Independientes, altivos, unos caseros otros curiosos del ajetreo en el vecindario, maromeros y también cazadores, lo mismo de un lagarto, que de un insecto, y a falta de guayabitos, depredadores de tórtolas y otras aves pequeñas que confiadas se aventuran en patios y jardines. Conocí a Melissandre adulta y bien entrada en años. Meli era casera y convivial. Cuando ya no estuvo entre nosotros, sentimos su ausencia, pero confieso que estábamos preparados para decir adiós a veinte años de vida gatuna. Cuando Lola desapareció (http://casanovacarlos.blogspot.fr/2011/07/lola-lolita-lola.html), y luego volvió a su nido de Aureilles, respiramos tranquilos, seguramente como Ema y Hugo. Para entonces, Meiko acababa de instalarse en nuestros predios y casa (http://casanovacarlos.blogspot.fr/2011/07/meiko-san-o-pot-de-colle.html). Por el tamaño y dientes, el veterinario certificó unos cuatro meses de nacida, y nosotros escogimos el primer día de marzo como fecha de nacimiento. Llegó sola, escapada, o lanzada como una bolita negra en el jardín por dueños inescrupulosos. Nunca supimos. Aparentemente no era de por el barrio aunque luego descubrimos un gato que podía ser su hermano. Tampoco insistimos. Se acomodó e hizo suyas todas las piezas de la casa, incluyendo los muebles sanitarios, cajas vacías y el depósito de basura reciclable. Adoraba el papel chino para caligrafía, dormir a pierna suelta en tumbonas y butacones, mientras dormía respiraba como una niña mimada, y no digo mal, era una gata privilegiada y querida por todos. Excelente cazadora, dejaba en el hall de entrada sus presas y subía airosa las escaleras. Jugaba, corría, se escondía como una chiquilla detrás de las macetas y en los rincones y saltaba de alegría, saltaba dando brincos como una gata maromera, feliz, eternamente feliz. Hasta ese viernes en que la curiosidad la llevó más allá del patio, del recodo, del patio del vecino, y atravesar la carretera creyó ella que era un juego de gatos, como tantos otros juegos y descubrimientos que hizo durante sus días, semanas, meses y hasta celebró su onomástico, y el año de su llegada a la casa, dos navidades y todas las reuniones familiares. Adiós pantera, te dije antes de cruzar el Atlántico, y adiós te dije a mil millas de distancia, ese viernes en que la mala suerte te acompañó mientras cruzabas inocentemente la ruta departamental. Se apagó de cierto modo la alegría que trajiste con tu coriza eterna, tus desplantes, tu maullar matinal y tu maullido de gata hambrienta pidiendo platos de gente y no de gata de pelaje negro hermoso y ojos que lanzaban agradecimiento y fidelidad. Adiós Meiko, dormida para siempre, al lado de Meli, ahora guardiana del jardín. ©cAc-2013

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