samedi 29 mai 2010

Le tagueur

©cAc-2010

Ayer, pasado el mediodía, al salir del inmueble donde vivo, me tropecé de bruces con un tagueur en plena faena. Los veintitantos avanzados, cabellos largos recogidos y gafas oscuras. La mochila, cargada de aerosoles para sus pintadas, sostenida con la izquierda y en su derecha, el aerosol de turno coloreando la carrocería lateral derecha de una camioneta estacionada en la calle. No queriendo verme pintado yo también, le dije que iba a pasar, pasé, y al cabo de veinte pasos volví atrás, subí a mi apartamento y desde la ventana, con la misma impunidad con que el tagueur daba los últimos toques a su “obra”, me dediqué a observarlo y fotografiarlo. El “artista”, una vez cumplida la tarea, sacó una cámara de fotos instantáneas y retrató la otrora blanca camioneta. Un pasante le pidió de hacerle una foto y el tagueur se dejó fotografiar, al tiempo que yo también lo hacía desde mi ventana. Cuando volví a salir a la calle, sólo quedaba el olor fuerte de la pintura envolviendo el espacio. Ya el tagueur se iba, por la otra acera, orondo, satisfecho de su pintada, que no sería, estoy seguro, ni la primera ni la última del día. Y si pierdo mi tiempo dedicando espacio y minutos a esta nota, no es para aplaudir al tagueur, es mi disgusto de ciudadano al ver cómo impunemente puede ser deteriorado el entorno, ya sea el mobiliario público, ya sea una fachada un auto o un store de local comercial. Hay pintadas y graffitis magníficos, esos, los miro y hasta aplaudo a sus autores, pero cuando el arte de grafitar y pintar resbala y se convierte en vandalismo, entonces comienzo a pensar de otra manera. ©cAc ©cAc-2010

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