dimanche 11 avril 2010

Firmin*

Primero fue algo así como, -conoces à Sam Savage? No, no lo conozco. Luego, Andrés, el mismo que me había hecho la pregunta, me presentó al escritor norteamericano, un domingo soleado en la isla de Fuerteventura. Y más que presentarme al escritor, me presentó a Firmin. En realidad, la novela había salido en Francia en mayo del 2009 publicada por Actes Sud, pero yo estaba ajeno a esta primera novela de Sam Savage. Firmin. Autobiographie d’un grignoteur de livres. Firmin y yo, desde que nos conocimos en una calle de Boston, nos hicimos amigos. No pude ocultarle mi asco por toda su parentela: ratas, ratones y guayabitos. Pero Firmin no es una rata (o no era, porque dejó de serlo!) cualquiera. He visto ratas muy precavidas yendo de la boca de un tragante a otro en calles lo mismo de Paris, de La Habana, que en Santa Clara. Ponen los pelos de punta, y ellas lo saben. Los ratones, que se jactan de su origen por nacimiento, casi siempre de un gris sucio y desteñido, son escandalosos y bulleros. En casa de mis padres nunca ha faltado una ratonera con su correspondiente pedacito de queso para atrapar a aquellos que se arriesgaran a deambular por la cocina mientras nosotros roncábamos en nuestros cuartos. A veces nos despertaba el “crack” de la ratonera al dispararse como una violenta guillotina sobre la cabeza de un ratón hambriento o sobre el cuerpecito minúsculo de un guayabito. Ratones, raras veces. Los “ratones de ciudad” emigraron al campo, convencidos que en las despensas, ahora mejor cerradas que antes, no iban a encontrar gran cosa. Los “ratones de campo” y los reconvertidos de citadinos en campesinos, tampoco han logrado resolver los problemas ligados a su alimentación, aunque sí han encontrado soluciones para subsistir a la misma penuria de los humanos. El “ratón de campo” tenía dos sitios para su hábitat. Hacían sus nidos en las casas, entre el guano y los horcones del techo, y se paseaban por ellos en dirección a la cocina, en busca de queso, y de pan si tenían suerte, y la mujer de la casa no lo había guardado en un saco hecho para ello. Aunque muchas veces el saco, hecho con tela que llaman en Cuba, “saco de harina”, dejaba ver la marca violenta de los roedores en su hold up nocturno. También hacían sus nidos en las casas que servían de granero, y donde el guajiro guardaba su quintal de maíz, el arroz, los frijoles, y cuanto grano en cantidades entendiera como reserva. Colgar mazorcas de maíz a la vista y verlas roídas, era la prueba de que había ratones en el “granero”. No puedo asegurar que haya visto muchos ratones en mi vida, aunque pase buena parte de mi tiempo con uno en la mano y de cuando en cuando, yo, como los otros viajeros, nos sorprendamos del corre-corre de ratones entre los rieles del metro parisino. Contrariamente, los guayabitos me han hecho rabiar en muchas ocasiones. Del primero que tengo noticias, fue uno que escapó milagrosamente a una patada mía, y que infligió mi primer hueso fracturado, un dedo de mi pie derecho, y que trajo consigo que escapara yo a una etapa de “escuela al campo”. Luego he visto montones de guayabitos, incluso, de esos que tienen dos patas y que por su cobardía, llamamos “guayabitos”. Son los peores de la raza, porque a fin de cuentas, a los verdaderos guayabitos le tendemos trampas y ratoneras personalizadas y en una semana acabamos con una familia, decididamente instalada encima del falso techo de nuestras viejas casas de principios del siglo XX. Evidentemente, en las cloacas de Paris debe haber ratas, deprimidas y aburridas, sorteando los productos anti-roedores que los síndicos se encargan de colocar en los sótanos y cavas de los inmuebles. Como también debe haberlas en los alcantarillados de Santa Clara, menos deprimidas que sus primas parisinas, no muy aburridas, mirando el ajetreo de bicicletas, bici-taxis con su atronadora música y como la madre de Firmin, a la expectativa de todo aquello que sirva para comer y esté a la mano, entre dos bocas de tragantes. Firmin, a quien me alié en amistad, vivió estoicamente la rehabilitación del centro de Boston. Sus primos caribeños, no conocen lo que es un laberinto de sótanos, y mucho menos, lo que es una bien surtida librería, -de viejos y de nuevos libros, y se contentan con tomar el sol en solares yermos y deambular por abandonados inmuebles, como otrora lo fue el Billarista. Guardo a Firmin en la memoria, le agradezco a Andrés el haberme presentado a ese simpático roedor de tinta impresa, y los incito a conocerlo, a revivir buenísimos momentos de complicidad sin necesidad de ponernos los pelos de punta frente a una rata, -pas comme les autres-, simplemente, un “ratón de biblioteca”. © cAc
*La cubierta pertenece a la 14ª edición de Firmin de Sam Savage por Seix Barral en su colección Biblioteca Formentor.

4 commentaires:

  1. Amigo,que placer me causa saber, que al presentarte mi amigo Firmin te presentaba también un futuro amigo, capaz de hacerte generar un texto tan sugerente como este. Disfruté leyendo Firmin y he disfrutado leyendo tu texto. Los tres tenemos en común el ser devoradores de libros, libros que nos han metamorfoseados en parte, nos han llevado a otra condición que nos permite otra percepción del mundo, aunque ese mundo se derrumbe a nuestro alrededor, en función de uno u otro proyecto en ese barrio donde nos tocó nacer. Por la amistad y los libros ¡Gracias a ti y a Firmin!

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  2. Esta es una de esas ocasiones en que la casualidad y la lectura ayudan al entendimiento, aunque (entre nosotros) no hubiera hecho falta la lectura del libro para saber de qué hablas. Pero tuve la suerte de que una amistad me prestase su volumen de Firmín hace poco y me impregnara de su nostalgia.
    Lo que espero que, por la parte que nos toca, los nuestros dejen de "comerse el cable" para que hagan un correcto uso de sus funciones, por ejemplo: reconstruir lo derruído.

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  3. Andrés, todo parece indicar que me he perdido en una cañería oscura y no encuentro la salida. Ni un ápice de luz. Ni Firmin. Ni nadie a quién preguntar cómo salir de este laberinto de letras que es una novela a medias. Lo intentaré como otras veces. Un abrazo y como aquel poemario que leí esperando algo, no recuerdo qué, “agradecido como un perro”… cAc

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  4. Me alegra saber que como a nosotros, Firmin te haya tocado igualmente! Un saludo cordial, cAc

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