jeudi 18 février 2010

Randonée pedestre en Las Atalayas


Mientras almorzábamos escuchamos las informaciones canarias y de la península. Todo indica que las islas, cada una diferentemente, han sido golpeadas por la borrasca venida de allende los mares. Crecidas, vientos acanallados tumbando árboles, carreteras cortadas, veleros encallados, vuelos desviados y buques censados de entrar en los puertos, sin olvidar la dosis de apagones que algunos pueblos y barrios de ciudades sufrieron. Mirando imágenes nos quedamos boquiabiertos, y el susto del avión quedó en el olvido. Se abrió la tarde, las nubes jugaron a esconderse detrás del monte Corona, detrás de Las Atalayas, y decidimos probar suerte perdiéndonos por los caminos que llevan a la finca de Antonio El Cojo. Parajes silenciosos, tierra negra veteada de sembrados, muros construidos con rocas volcánicas, inimaginables geranios enrojeciendo las negras piedras y campos arenosos, también negros, plantados de acelgas y zanahorias y otras verduras. Casas levantadas en medio de colinas ondulantes, destacando por la blancura de sus muros, salpicados de gruesos cactus y los techos coronados con esa graciosa chimenea cual cúpula diminuta de iglesia ortodoxa o minarete de mezquita marroqui. Sin ocuparnos de la danza de nubes que como chiquillas locas corrían desde las Atalayas al mar, seguimos nuestra caminata por senderos que se empinaban buscando altura. Y desde las alturas, el mar parecía estancado en sus anchuras, plata, azul, casi infinito, invencible. Mirándolo, nos hizo seña de que bajáramos y con la seña, una salpicadura nos cubrió el rostro, y otra, y otra más, y la salpicaduras se convirtieron en lluvia, y la lluvia en aguacero, y el aguacero en, otra vez, borrasca tormentosa, del interior al mar. Guarecernos, dónde? Correr?, eso hicimos, correr como locos escapados del silencio profundo de Las Atalayas ahora roto por las ráfagas de agua golpeando nuestras espaldas. Mojados hasta el tuétano llegamos al pueblo, después de haber bajado como el agua por los caminos, en tropel, en busca del mar, del mar humedecido por la lluvia, que debía ser la última de la borrasca en retirada.©cAc

©cAc

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