La primera vez que pisamos Lanzarote, hace ya casi diez años, tratamos de llevarnos con nosotros todo el encanto de la isla. Cosa imposible, los aduaneros nos preguntaron si estábamos locos, y sacamos del equipaje el azul turquesa del Golfo, los palmares de Haría, la tierra negra de la Geria y las ondulaciones vibrantes de sus volcanes dormidos. Olvidamos sin embargo, un pedazo de costa agreste que se enganchó en la memoria y desde entonces lo apartamos como un sitio donde volver, para saborear oleaje caprichoso y horizonte finito. Y volvimos, casi diez años después. Con el mismo placer, aunque las transformaciones urbanas han dislocado la memoria y al pueblito costero que habíamos guardado en el bolsillo. Amaneció tempestuoso y tempestuoso fue todo el santo jueves, con trombas de lluvia golpeando, acariciando, brincando y deslizándose por la calle del sumidero. La lluvia y el viento no nos hicieron sentir prisioneros, y tomamos sus desmanes como suave empuje al reposo que venimos buscando al echar ancla en este sitio. ©cAc
Lomas, cuestas y declives (Santa Clara)
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Mientras escribía los textos de *Un barrio, una iglesia, un parque*, que
serán publicados poco a poco en el blog www.santaclarabycac.blogspot.com no
pud...
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