dimanche 7 février 2010

Fin de tarde aviñonesa

Todo parece indicar que el espíritu de la Chandeleur marcó el de los días a venir. Como encendidas brillan las viñas, y la torre del castillo de Châteauneuf du Pape parece envuelta en llamas cuando cruzamos el Ródano a la altura del dique de Sauveterre. Amarilla es la tour de Hers y dorado es el atardecer de Avignon desde cualquier esquina y plaza. Las nubes como antorchas juegan a vetear el cielo antes de que el sol se deslice en dirección a Arles para zambullirse en la desembocadura plateada del Ródano o rodar como una bola de fuego hacia la puerta del Mediterráneo. La torre de la place Pie tiene encendidas sus atalayas, mucho más altas que los tejados de los edificios vecinos. Como los muros del Palacio papal, arropados de sol, de sol moribundo pero dando tintes que sorprenden al observador apostado a un costado del Conservatorio. Y a cada recodo, el oro envolviendo las alturas, como la torre campanario de los Agustinos, vestida con el reflejo de sustos, mirando el poniente, el azul nuboso que avanza por el naciente, tintes y penumbras, sombras amuralladas. Eso es Avignon, al final de la tarde, cuando el silencio comienza a caminar por las calles empedradas que llevan a la otra Roma. ©cAc

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